“Y Se llegaban á él todos los publicanos y pecadores á oirle. 2 Y murmuraban los Fariseos y los escribas, diciendo: Este á los pecadores recibe, y con ellos come. 3 Y él les propuso esta parábola, diciendo: Y dijo: Un hombre tenía dos hijos; 12 Y el menor de ellos dijo á su padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me pertenece: y les repartió la hacienda. 13 Y no muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, partió lejos á una provincia apartada; y allí desperdició su hacienda viviendo perdidamente” (Lucas 15,1-3.11-13).
Mis hermanos y mis hermanas, en este camino cuaresmal que estamos recurriendo — ya estamos vivenciado la Segunda Semana de la Cuaresma – , recibimos esta parábola que nosotros la nombramos “la parábola del hijo prodigo”, pero, en realidad, la parábola es del padre amoroso, porque todo gira alrededor del padre.
He leído solo el comienzo, pero tu puedes, después, en el capitulo 16, del Evangelio de San Lucas, profundizar tu lectura, porque existen cosas preciosas en esta parábola contadas por Jesús para hablar del amor de Dios, para hablar de la capacidad de Dios de acoger sus hijos dispersos, pecadores; acoger los hijos que abandonan la casa del Padre, que se alejan de la casa del Padre.
Es interesante que la palabra aquí es duo; son dos hijos, no es solo uno. La parábola muestra dos tipos de hijos. En realidad, revelan dos comportamientos ocultos en nosotros: existe quien se pierde lejos y hay quien se pierde dentro. Porque los dos hijos, se pierden del amor de Dios, del amor del Padre.
La parábola habla del hijo neoterós, que es aquel hijo más nuevo; y del presbiterio, que es aquel más viejo. Aquí son dos realidades: la madurez de uno y la rigidez del otro. Son dos realidades presentes, muchas veces, dentro de nosotros.
La Cuaresma es un tiempo de conversión, es el tiempo de experimentar el amor misericordioso del Padre
El más nuevo pide el mero (su parte debida); aquí, tenemos la palabra meritocracia que debería justamente de eso que el hijo más nuevo ha pedido. Cuantos de nosotros vivimos buscando nuestros méritos, cuantos de nosotros tenemos una visión sobre el Padre, sobre Dios, basada en la meritocracia. Es decir, se he comportado bien, merezco los favores de Dios, merezco la bondad del Padre.
Ese hijo hace la experiencia de la conversión. Él pide la ousia, las propiedades, los inmuebles, las posesiones, aquello que alguien tiene. Lo que el padre tenía es lo que el hijo pide.
Cuidado con nuestras oraciones porque, muchas veces, nos basamos solo en ousia, queremos solo cosas, queremos solo bienes, posesiones, queremos muchas realidades, menos Dios. Necesitamos querer Dios.
El padre divide, en partes, el patrimonio. El texto nos habla que es patrimonio, el texto nos habla que el padre ha dado el bios – y tu sabes lo que significa bios. Bios significa vida, es decir, el padre ha dado todo de él para sus hijos, todo lo que tenía él ha dividido con sus hijos; el padre no ha dado bienes materiales, él ha dado su corazón, que estaba dividido.
Pasado algunos días, es decir aquellos días masacrantes para el padre, teniendo que acoger la libertad del hijo más nuevo – cuantas veces, Dios sufre por cuenta del mal de nuestra libertad. Después, nos habla que el hijo fue para una región lejana. Es nuestro distanciamiento de Dios, por eso que dijo que la Cuaresma es un tiempo de volver, es un tiempo de conversión, es el tiempo, justamente, de experimentar el amor misericordioso del Padre y volver para Su casa, volver para nuestra casa, que es la casa de Dios, estar cerca de Él y no conservar en el corazón la inmadurez del hijo más nuevo ni la rigidez del hijo más viejo.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
