“Habiendo nacido Jesús en la ciudad de Belén, de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí que unos magos del Oriente llegaron a Jerusalén, preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle». Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.” (Mateo 2,1-12).
Salvación manifestada
Hoy, celebramos la epifanía de nuestro Señor Jesucristo. ¿Pero qué significa epifanía? Manifestación. Dios que se presenta a la humanidad con el objetivo de salvarnos. Y esta salvación, hermano mío, hermana mía, prometida por Dios desde el Génesis hasta la llegada de Cristo, es una promesa de que Él vino para consolar a Su pueblo.
Y vino a traer una Luz para hacer brillar las tinieblas que existían en nuestro corazón a causa del pecado. Dios no se cansa de atraer hacia sí a todos los hombres. ¿Para qué? Para que cada uno sea conducido por este camino de liberación, de salvación, de redención.
Y en Cristo vemos aquello que escuchamos en el Evangelio, la concretización de esa promesa. Al encuentro de Jesús vienen los magos, y ellos vienen del Oriente, son representantes de todos los pueblos de la Tierra. Es decir, ¿qué debemos hacer cuando Dios se manifiesta? Ir a su encuentro.
Atentos a las señales, los magos llegan hasta el Mesías. Y miren qué interesante… Los magos buscaron al Mesías con esperanza.
No debemos, hermanos míos, ir al encuentro de Jesús sin esperanza, pues en Él está nuestra salvación, y en Él debemos esperar por esa salvación.
Encontrar a Jesús es reconocer en Él que Dios está en medio de nosotros
Dios cumplió Su promesa de plantar Su tienda en medio de Su pueblo. Entonces, Dios camina en medio de nosotros. Esta manifestación de Jesús a todos nosotros es para mostrarnos que Dios no se ha olvidado de Su pueblo y está a nuestro lado. ¿Y nosotros qué debemos hacer? Como los magos, aceptar a Jesús, reconocer que Él es el Señor.
La salvación rechazada por los habitantes de Jerusalén se convierte, ahora, en un don que Dios ofrece a todos los hombres, sin excepción.
Tú eres objeto, hermano mío, tú eres objeto, hermana mía, de la salvación de Dios. Entonces, deja que la salvación entre, hoy, en tu casa, así como Jesús le dijo a Zaqueo: “Hoy, la salvación ha entrado en tu casa”.
Que el Señor pueda manifestarse trayendo liberaciones, curas y milagros, pero, principalmente, conversión a cada uno de nosotros.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!