“Jesús, llegando a Nazaret, dijo al pueblo en la sinagoga: ‘En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra’. ¡Palabra de salvación! ¡Gloria a ti, Señor” (Lucas 4,24-30).
Ser profecía
Hermanos y hermanas, Jesús, en este Evangelio de hoy, habla sobre la condición que encontró en Nazaret. Usa esta palabra para referirse a la falta de acogida que encontró entre sus coterráneos.
“Ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.” Aquí, Él ya se coloca también en esa condición de profeta. Cuando decimos que nuestra vida debe ser una profecía, significa que debe ser una referencia para aquello que todos deben vivir.
El amor a Dios, la obediencia a Dios, el anuncio del Reino de Dios, el Reino de los Cielos, vivir la misión… Todo esto es profecía. También nosotros, como participantes de la vida de Jesús, participantes de la vida de Cristo, como católicos, cristianos, también debemos vivir esta realidad en nuestra vida: oración, misión, anuncio. ¡Eso es ser profecía!
Cuando dices ser profecía con tu oración, significa que tu modo de colocarte ante Dios puede ser una referencia para aquellas personas que aún no viven esta realidad.
¡Cuántas veces también nosotros no somos aceptados cuando tenemos una vida de conversión! Tú, que tienes experiencia de vida de grupo de oración, de intercesión, todas las realidades, a veces, también encuentras esa falta de acogida. Pero eso no puede hacernos desistir de permanecer en la voluntad de Dios, desistir de hacer su voluntad y caminar en lo que es correcto, viviendo el Evangelio.
¡Que nuestra vida sea una profecía! Que tu vida sea una profecía para este mundo transitorio que debe, constantemente, volverse hacia su Dios.
Volvámonos hacia Dios. Volvámonos hacia Jesús, a fin de que seamos salvados.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!