“Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos estén en nosotros y el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17,20-26)
Es fruto del Espíritu Santo
Hermanos y hermanas, en este día, celebramos la memoria de San Bonifacio, que fue Obispo y también Mártir. Y vemos que, en este texto y en la vida de San Bonifacio, la unidad entre los discípulos de Cristo es fundamental para la credibilidad del Evangelio. Vimos esto en el texto, pero veremos esto también en la vida de este santo que celebramos hoy.
La unidad en la Iglesia es fruto del Espíritu Santo.
La misión de evangelizar pasa por la experiencia, primeramente, de un verdadero amor por Dios, pero también de un verdadero amor entre nosotros, un amor fraterno, teniendo como ejemplo la vida del santo que estamos celebrando en el día de hoy. En nuestra misión, somos llamados a reflejar la unidad trinitaria visible en nuestro amor mutuo.
El Padre ama al Hijo. El Hijo ama al Padre, y el intercambio de amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo. Esto es unidad, esto es comunión.
Somos invitados a la unidad y también a una vida de comunión en este mundo.
Pero, ¿y San Bonifacio? ¿Qué podemos reflexionar sobre él en el día de hoy? ¿Cómo fue su martirio?
Sucedió que él estaba reuniendo a un grupo de bautizados para la Confirmación, y esto fue el día de Pentecostés, cuando, repentinamente, fue atacado por un grupo de paganos armados.
San Bonifacio usó un evangeliario, aquel que utilizamos para leer el Evangelio en la Santa Misa, como escudo, pero fue fatalmente herido en la cabeza. Y así testimonió la fe en Cristo. Murió junto con 52 compañeros.
Hermanos y hermanas, los mártires no murieron solo por su fe, sino que vivieron por ella. También nosotros debemos vivir por la fe en este mundo; y, cuando sea necesario, también ofrecer la vida por amor a Dios y por la fe.
Sin miedo, hasta el último suspiro de amor a Dios.
Martirio es testimonio y entrega de sí mismo en amor.
Nada quebranta la fe del Mártir, porque su cimiento es Cristo. Nada debe quebrantar nuestra fe, porque nuestro fundamento es Jesús. Es en Él que debemos permanecer cotidianamente.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!