“Jesús dijo a sus discípulos: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división»” (Lucas 12,49-53).

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El Evangelio de hoy inicialmente puede causarnos cierta extrañeza cuando oímos decir a Jesús que su deseo es arrojar fuego sobre la tierra. Jesús también dijo que su misión no es traer la paz, sino traer la división.

Sin embargo, tenemos que comprender que la división de la que Jesús está hablando aquí no es una división entre una persona y otra. No, no es ese tipo de división de la que el Señor nos habla hoy. La división de la que el Señor nos habla aquí es la división del hombre, de la persona, con el pecado.

Cristo vino a provocar esta separación en nosotros, esta división con la vida errada, con el pecado, para separarnos del pecado, para sacarnos de la vida equivocada. Esa es la misión de Jesús. Ese fue su mayor deseo, su mayor impulso, el impulso que lo llevó a la cruz, al sacrificio, a su entrega total en la cruz. Porque la cruz de Jesús marca definitivamente esta división, esta separación del pecado que antes se entrelazaba en la vida del hombre, que fue dividido por la cruz de Cristo.

La cruz de Cristo nos separó del pecado, nos quitó el pecado y al concretar este proyecto de salvación a través de la cruz y la resurrección, se derrama también el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que es ese fuego, ese fuego que Jesús estaba ansioso por arrojar sobre la tierra. Jesús, que estaba ansioso y quería enviarlo: ¡Cómo me gustaría que este fuego ya hubiese sido lanzado sobre la tierra!

Aquel que está en paz con Cristo es aquel que ya no está atado al pecado, es aquel que está en guerra con el pecado

Las Sagradas Escrituras nos dicen que el fuego simboliza esta presencia divina. El fuego que tiene el poder de purificar y transformar todo lo que toca, es el símbolo de la fuerza transformadora de Dios. Es el Espíritu Santo quien nos transforma y genera esta ruptura con el pecado. No es un fuego que destruye, sino un fuego que genera una voluntad dispuesta, un hombre que está dispuesto a abandonar la vieja vida.

Al igual que la zarza que ardía y no se consumía, al igual que los discípulos de Emaús, que testimoniaron: “Mira, nuestro corazón está ardiendo, nuestro corazón ardía cuando nos explicaba las Escrituras”. Este era el fuego del amor que ardía en el corazón de Jesús. Un fuego que le llevó a la consumación de la cruz y a la efusión del Espíritu Santo sobre nosotros.

Y por el sacrificio de Cristo, también nosotros fuimos bautizados en este fuego, el fuego del amor de Dios, el fuego del Espíritu Santo que genera esta división, la división del hombre con el pecado.

Jesús no quiere dividir a las personas entre sí, como dije al principio, puesto que Jesús es nuestra paz, pero la paz con Cristo debe generar división con el pecado. Aquel que está en paz con Cristo es aquel que ya no está atado al pecado, es aquel que está en guerra con el pecado.

Que dejemos que nuestro corazón se inflame cada vez más con este amor, inflamado por el Espíritu Santo. Y así, llenos del Espíritu Santo, podamos declarar la guerra al pecado, vivir en paz con Cristo, pero divididos del pecado, lejos del pecado.

Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.