“Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lc 7, 37-39).
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Muy bien, el perfume que usaba aquella mujer era tan bueno, que atravesó los siglos y podemos sentirlo aún hoy. De hecho, la fragancia del amor exhala lejos. Al contrario, el mal olor del juicio y la arrogancia se queda solo con la persona que lo exhala.
Como bien nos recuerda San Pablo, nosotros somos el buen perfume de Cristo, llamados a esparcir esa fragancia por donde pasemos. Y fíjense que aquella mujer no tenía un frasco muy interesante. En los tiempos actuales, la marca no era muy buena, era una mujer pecadora conocida por todos. Sin embargo, estar en la presencia de Jesús extrajo lo mejor de ella. Su esencia, su amor genuino, su amor más puro, desinteresado.
Frasco aparentemente atractivo
Por otro lado, Simón, el fariseo, aparentemente, tenía un frasco atractivo, tenía una marca muy buena, era un devoto practicante de la ley de Dios, un hombre religioso. Sin embargo, estar en la presencia de Jesús para él no pasaba de un oportunismo y un aprovechamiento de la figura de Jesús. Tanto que, cuando pensó que Jesús no tenía nada de especial, por el hecho de permitir a aquella mujer hacer el gesto de lavar Sus pies frente a todo el mundo, Simón ignoró completamente a Jesús, tratándolo como a cualquiera. No saludándolo, no lavando Sus pies, no saludándolo con un beso, no acogiendo a Jesús. Porque, para Simón, era solo oportunismo, Jesús era una oportunidad.
Simón esparció el mal olor del oportunismo, del aprovechamiento del otro, de la religiosidad de fachada aparente, “solo para aparentar”, como decimos en nuestro dicho. ¡Eso no sirve, no sirve mismo!, porque la gente percibe cuándo hay sinceridad. La gente sabe cuándo hay un corazón, de hecho, devoto, cuándo es un corazón temeroso de Dios y que hace determinada cosa por amor al reino de los cielos. Eso queda muy claro.
Por eso, vamos a acercarnos a Cristo, vamos a tener contacto con el perfume de Su amor, para, después, esparcir ese aroma donde estamos, en el contacto con las personas, en la acogida, en la misericordia que ejercemos en la vida de las personas. Nosotros somos el buen olor de Cristo.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!