“Ella pensaba: Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres” (Lucas 1,25).
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Mi hermano y mi hermana, este Evangelio de hoy habla sobre el mutismo de Zacarias. Zacarias, un sacerdote que ofrecía sacrificios en el templo, llegó la vez de él ofrecer los sacrificios, y él tardaba allí dentro. Entonces, las personas que estaban fuera observaban que él estaba teniendo una revelación.
Dios visito a él por medio del Ángel, y el Ángel anuncio que su esposa quedaría embarazada. Isabel ya era de edad avanzada; Zacarias también. Y, desgraciadamante, Zacarías dudo, fue incrédulo, y por cuenta de su incredulidad, él quedo mudo.
Mis hermanos, Zacarias representa un pueblo que se decía creer en Dios, pero desacreditan; que confía, pero desconfían del Señor. Necesitamos tener también nuestra fe curada, necesitamos ser curados de toda y cualquier incredulidad.
Hace mucho tiempo Zacarías pedía la gracia al Señor y, cuando llegó el momento, él no creyó. Cuantas veces, mis hermanos, actuamos así también. Necesitamos tener nuestra fe curada, necesitamos ser curados de nuestra incredulidad y creer que el Señor esta con nosotros.
Necesitamos ser curados de nuestra incredulidad y creer que el Señor esta con nosotros
Y el bonito de ese evangelio es que, aún delante de la debilidad de Zacarías, él ha cumplido con su promesa, él engendró juntamente con su esposa Isabel, Juan Bautista. Él fue capaz de ser padre y su esposa capaz de ser madre, porque Dios no falla en Su promesa, Él cumple con Su promesa aún delante de la fe, aún delante de la incredulidad.
Por eso que, al final, Isabel puede incluso decir:” Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres” . Porque no tener hijos era una señal de que la persona era bendecida, era un mal señal no tener hijos, y Dios visito Isabel y Zacarías.
Mis hermanos, que NUestro Señor también nos visite hoy en nuestra falta de fe y que, delante de la incredulidad de Zacarías, podamos dar una respuesta de fe: “¡Señor, yo creo! Que el Señor también me visite, que el Señor visite mi familia, que el Señor visite nuestra humanidad tan incrédula, que necesita ser curada. Y nosotros queremos también pedirte Señor que visite nuestra humanidad aún en nuestra incredulidad”.
Que las promesas del Señor se cumplan en nuestro medio, que nuestra respuesta, hermano, sea de apertura a ese Dios que esta con nosotros, que llama a nuestra puerta. Abramos nuestro corazón, nuestra alma y nos convirtamos a ese Dios que vino vivir entre nosotros.
La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
