“Y díjole Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; mas ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Y además de todo esto, una grande sima está constituída entre nosotros y vosotros, que los que quisieren pasar de aquí á vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Y dijo: Ruégote pues, padre, que le envíes á la casa de mi padre; Porque tengo cinco hermanos; para que les testifique, porque no vengan ellos también á este lugar de tormento. Y Abraham le dice: A Moisés y á los profetas tienen: óiganlos” (Lucas 16, 25-29)

Para que puedas reflexionar y comprender el vídeo necesitas ‘accionar el subtitulo en español’:

Un gran llamamiento de Dios para nosotros, en este tiempo – que nosotros ya estamos hace unos buenos días escuchando – , es el llamamiento a la conversión. En el Evangelio de hoy, es justamente a eso que somos guiados, somos direccionado a reflexionar sobre el tiempo que es ofrecido a nosotros, en este mundo, para cambiar de vida.

El tiempo que nosotros tenemos es hoy, el tiempo de que disponemos aquí, para cambiar de vida, es el hoy. No hay otro tiempo, por eso, tenemos de demostrar ahora, con nuestra vida, mientras tenemos tiempo, ese deseo de cambiar, de vivir esta conversión. Lo que verdaderamente importa a nosotros, como nosotros estamos viviendo y para quien vivimos, es ahora, necesitamos vivir eso ahora.

Porque no tendremos como prever cuanto tiempo aún tendremos; no sé si voy tener el día de mañana, no sé si voy llegar hasta mañana.

Jesús nos cuenta esta parábola, partiendo allí de Abraham, porque Abran es esta llave de interpretación de esta lectura de hoy, él es el padre de la fe, él es el padre del pueblo de Israel. Y a él a los que como a ellos fueron prometidos estas bendiciones, Abrahan es el padre de las bendiciones y, en él, podemos ver esta fe que entro, que llego en el fondo del corazón, una fe viva, que da fruto, una fe movida por la caridad. Abraham fue caritativo. La fe nos lleva a la caridad.

Ningún bien que nosotros hacemos aquí, quedará sin la recompensa eterna

El rico de esta parábola que ni nombre tenía, sin embargo, poderoso, se consideraba hijo de Abraham, por lo tanto, también heredero de las bendiciones de Abrahan, pero él experimento la muerte, la muerte que es como un juez sobre la vida, mostrándoles que Dios mira cuando hacemos el bien o cuando no hacemos el bien. Dios mira la sinceridad de los corazones.

La parábola nos dice que una fe sin obras es muerta, una fe que no parte de las obras es muerta. El rico no era un buen judío, no había escuchado Moises, pero, por otro lado, no son las semillas, las obras que salvan; de Lazaro, ese sí tenía nombre, no se cuentan las obras, aquí no habça cuales fueran las obras de Lazaro.

Los padres de la Iglesia van decir que es la aceptación paciente, no solo de los males, pero también del desprecio, del que sufre, también es una obra que fortalece la fe. Lazaro aceptó con paciencia el sufrimiento aquí, en este mundo, no se rebelo contra Dios y fue merecedor de una recompensa; y entonces para nosotros la mensaje es esta: ver como podemos acoger el prójimo en nuestro corazón, como podemos ponernos a servicio del prójimo de forma material, pero, principalmente, espiritual. ¿Cómo nosotros podemos ayudar el prójimo?

El rico desprecio completamente Lazaro y mira solo el destino de él. Lazaro, por su vez, aceptó los males, aceptó lo que ha vivido en este mundo con gratitud a Dios y fue recompensado.

Que podamos también, mis hermanos, en esta Cuaresma, aprovechar el tiempo que fue ofrecido a nosotros, aquí, en este mundo, y hacer el bien, no dejar de hacer el bien, acoger el prójimo, amar el prójimo. Vamos ser recompensados, tal vez no aquí, pero en el cielo; de eso tu puedes tener seguridad. ¡Ningún bien que nosotros hacemos aquí, quedara sin la recompensa eterna!

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!