24 Jan 2020

No seamos movidos, de ninguna forma, por la venganza

“Saul dijo a David: ‘Tu es más justo que yo, porque me has hecho bueno y yo solo he hecho mal. Hoy me revelaste a tu bondad para conmigo, porque el Señor me entrego en tus manos y no me amataste” (1Sm 24,18-19).

Nosotros vemos, en la Palabra de hoy, cuanto Saul perseguía a David. Saul tomo tres mil hombres, toda Israel, para capturar a David, matarlo, perseguirlo, pero la gracia de Dios estaba con el pequeño David; y, en el momento en que Saul duerme, él es entregue en las manos de David.

David tenía todo para predicar su espada y cortar la cabeza de Saul, pero el sentimiento del hombre ungido es otro, no es de la venganza, del odio, del resentimiento ni del rencor.

Por eso, el hombre de Dios es un hombre que reza, es un hombre que se pone en la presencia de Dios hasta (y principalmente) en las adversidades, es así que actúa David. Por eso, él mismo dijo: “Que el Señor me libre de hacer alguna cosa a un ungido de Él, levantando mi mano contra él; que el Señor jamas permita que realice eso”.

David podía simplemente utilizar incluso el argumento de la legitima defensa porque, en realidad, Saul quería matarlo, entonces, para se ver libre de él, David podría matarlo y sería justificado; y nosotros incluso podríamos decir: “¡Muy bien! David salvo la vida de aquel que quería matarlo”; pero aquí hay un sentimiento mayor, del amor, de la misericordia, un corazón que no es movido ni por la cólera, por la rabia, por el sentimiento ni por el odio, pero es movido por el amor y es capaz de perdonar el peor enemigo, aquel que, muchas veces, hace todo contra nosotros. Y en esta unción que David trata el corazón de Saul.

Que el Señor purifique nuestro corazón y que no seamos movidos, de ninguna forma, por la venganza

Mira: él conmueve el corazón de Saul; y este queda deslumbrado, por el menos en aquel instante, delante de la acción benéfica, bondosa, generosa, amorosa y divina del corazón de David.

Hoy, lo que nosotros queremos pedir al corazón del Señor, nuestro Dios, es que también purifique nuestro corazón, que no seamos movidos, de ninguna forma, por la venganza, odio y rencor. Porque, cuando no hacemos el mal al otro, nosotros deseamos el mal para él y vibramos cuando el mal ocurre a él. Es común salir de nuestra boca, de nuestro pensamiento: “Mira, aquí se hace, aquí se paga” ese es un sentimiento humano, que viene del espíritu mundano de desear (ni que sea en el pensamiento) la llamada “venganza mental”.

El hombre de Dios se liberta de ese pensamientos, sentimientos; él es portador de la gracia, de la misericordia y de la ternura divina incluso para su peor enemigo.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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