En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos” (Mateo 7, 21-29).
Una gran invitación
Hermanos y hermanas, la verdadera puerta de entrada al Reino de los Cielos no depende tanto de lo que decimos, no depende tanto de nuestras palabras al decir “Señor, Señor”, sino, sobre todo, de nuestros gestos, de nuestras actitudes.
Son realidades concretas; no realidades concretas que se dicen, sino que deben ser vividas. Debemos vivir la santidad, debemos vivir en comunión con Dios. Esa es la gran invitación que escuchamos en el Evangelio de este día.
Las buenas obras, hermanos y hermanas, nacen de la fe verdadera, que lleva a una transformación interior.
La fe verdadera transforma nuestro corazón, genera paz en nosotros y así nos convertimos, en este mundo, también en instrumentos de paz para aquellos que conviven con nosotros, a partir de la paz que tenemos, a partir de nuestra vida de comunión con Dios.
No basta con decir que somos de Dios, necesitamos vivir Su voluntad con un corazón sincero, y esa realidad implica renuncias sinceras.
¿A qué necesitamos renunciar hoy? ¿A qué necesitamos renunciar a partir de esta interpelación de la Palabra de Dios que nos desafía a ser mejores?
La Palabra de Dios nos hace mejores. Entonces, que esa gracia nos alcance en el día de hoy.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!