“Jesús, poniéndose el manto, se sentó de nuevo y dijo a sus discípulos: ‘¿Comprendéis lo que acabo de hacer? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Os he dado el ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho” (Jn 13, 1-15).
Gesto de servicio
Estamos en el contexto de la Última Cena, del amor de Jesús hasta el fin por cada uno de nosotros.
Jesús no hace distinción al amar a Sus discípulos, pero Él, sabiendo que Judas lo iba a traicionar, aun así le da la oportunidad para que pueda cambiar de vida. Pero el amor de Jesús es un amor de acción, un amor que se manifiesta en gestos concretos de servicio.
Entonces, ¿cuál es el contexto de la Última Cena? El lavatorio de los pies, el gesto de humildad, el gesto de servicio. Cuando Jesús realiza este gesto, Él invierte las expectativas de los discípulos, pero también ofrece un modelo de servicio y humildad, algo impensable para un maestro.
Jesús, el Hijo de Dios, lava los pies para mostrarnos que, aun siendo Dios, Él se abaja, Él se pone a nuestro mismo nivel, excepto en el pecado, para mostrarnos que, para ser semejantes a Él, necesitamos servir y servir con amor. Porque si nosotros no vivimos esta dinámica del amor, llenaremos nuestro corazón de orgullo, miraremos solamente nuestros deseos, nuestros planes, nuestros sueños, y no tendremos la capacidad de ver al otro y ponernos a su servicio.
Jesús dio el ejemplo, y nosotros debemos seguirlo.
Seamos discípulos que puedan vivir lo que el Maestro enseñó: el servicio y el amor. Y necesitamos realizar los gestos concretos en nuestra vida para que, así de hecho, la gracia de Dios pueda actuar en nosotros. Tengamos la misión de servir, y el desafío de buscar la humildad siempre.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!