31 Oct 2019

Acojamos el amor de Dios que nos fue dado

“Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado” (Lc 13, 32)

Mira que belleza, que maravilla es la gracia y el Reino de Dios, porque el zorro es Herodes, ya fueron decir a Jesús que Herodes quería matarlo. Jesús respondió con mucha clareza: Hable a este zorro que hago mi trabajo. Yo sigo expulsando demonios, sigo haciendo curas, sigo realizando el Reino de Dios y mi Reino sigue hasta el tercero día”.

El tercero día es Su Resurrección, cuando Su Reino es planificado. Él llega de forma plena y esplendorosa hasta nosotros.

Jesús lamenta por Jerusalén, que mata los profetas. Él llega de forma plena y esplendorosa hasta nosotros.

Jesús lamenta por Jerusalén, que mata los profetas, que ofende aquellos que fueron enviados, y da el ejemplo: “Cuantas veces yo quise reunir tus hijos, como la gallina reúne los pollitos para que las raposas del mundo no ataque a ellos, de hecho, Jesús también quiso proteger los Suyos, quiso cuidar de ellos y amarlos, pero ellos no querían.

Cuando no amamos Dios, no estamos debajo de Su protección, Su amor no esta en nosotros

Jerusalén no quiso acoger Jesús; la ciudad santa, la ciudad grande, la ciudad de Jerusalén no acogió el Divino Salvador. Es por eso que allí Él fue muerto, entregue, juzgado y condenado.

No podemos hacer la misma cosa, no podemos despreciar Jesús; necesitamos, en verdad, ocultarnos en la protección de Él, necesitamos ponernos debajo de Sus cuidados. Solo no podemos huir de Él, como también no podemos negarlo. El pecado de Jerusalén y del pueblo de su época fue no haber amado Jesús.

Aquel que no ama, rechaza, no acoge el amor que fue dado a Él. El pecado de nuestros tiempos, de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, incluso, de nuestras iglesias, es no amar Jesús. Necesitamos amarlo de todo el corazón, con toda la intensidad, acoger la salvación que Él vino traernos.

Puede ser que no rechazamos directamente, Jesús, pero también no amamos a Él, de todo el corazón; y cuando no amamos a Él, no estamos debajo de Su protección, y Su amor no esta en nosotros.

En todo aquello que realizamos, por encima de todo, reflexionemos, y que podamos reflexionar con sinceridad: ¿Estoy amando Jesús? ¿Estoy acogiendo el Señor? ¿Estoy aceptando a Él? Estoy permitiendo a Jesús ser todo en mí, para que todo que yo haga sea en Él, por Él y para Él.

Que Jesús sea el gran amor de nuestra vida.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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