“En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. (Lc 18, 13).
En este tiempo de conversión que estamos viviendo, Dios quiere hablar a nuestro corazón incluso de la forma que rezamos. Porque, nosotros, muchas veces, tenemos orgullo porque rezamos mucho. ¡Pero cuanta oración hecha partir del orgullo! Y la gran obra que la oración realiza en el corazón es, justamente, arrancar la maldición del orgullo, arrancar las raíces venenosas de la soberbia que toman cuenta de nosotros.
Si tu, de verdad, te arrodillas para rezar, Dios arranca verdaderamente el orgullo de tu corazón. Ahora, si nosotros, muchas veces, rezamos como los fariseos rezaban, con toda aquella soberbia, orgullo y vanidad religiosa, nuestra oración, en lugar de tornarnos personas mejores, hace de nosotros personas peores.
Salimos de nuestras iglesias, capillas, salimos incluso de nuestra oración personal peor que entramos, porque, en lugar de adorar a Dios, adoramos a nosotros; en lugar de escucharnos a Dios, escuchamos a nosotros; en lugar de humillarnos, nos exaltamos; en lugar de ponernos en la presencia de Dios, nos ponemos en nuestra presencia, para que Dios nos sirva.
La oración verdadera nos hace humildes y nos pone delante de la presencia de Dios para llorar nuestros pecados
La oración que llega hasta Dios es la oración de quien se humilla, es la oración de quien, de hecho, rompe el corazón, se desnuda de toda y cualquier vanidad humana. La oración que llega hasta Dios es la oración de quien rompe a sí mismo, vence aquellas raíces malditas que viven perturbando nuestra vida: la rabia, el rencor, el resentimiento, la tristeza.
La oración que agrada a Dios es la oración del pecador, como ese cobrador de impuestos que reconoce su pecado y sabe que es indigno de llegar cerca de Dios. La oración que no llega a Dios es la oración soberbia, donde la persona siente que todos los días los ángeles están allí y ella se comunica con lo ángeles; ella crea fantasías y elementos en su cabeza y nunca se humilla verdaderamente.
La oración verdadera es aquella que nos guía a amar de verdad, es aquella que nos desarma de estos sentimientos todos que creamos, de estas armas de combate que creamos unos con los otros. La oración verdadera nos humilla, nos hace humildes y nos pone delante de la presencia de Dios para llorarnos los nuestros pecados, nos arrepentirnos de nuestras faltas y llevarnos a amar unos a los otros en espíritu y verdad.
¡Dios te bendiga!