“Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados” (Mc 6, 54-56).
Las personas reconocen Jesús – dicen la Palabra – inmediatamente. Mientras los discípulos, mientras nosotros tenemos el corazón endurecido, mientras los discípulos habían dificuldades de reconocer Jesús, el Mesías (basta ver aquel episodio de la tempestades inmóvil, cuando los discípulos pensaban que Jesús, al caminar al encuentro de ellos, era un fantasma), mira, la dificultad cuando el corazón queda endurecido. Pero estas personas reconocen Jesús inmediatamente, porque, en el corazón, solo existe el deseo de encontrarlo, solo existe el deseo de ser tocadas por Él.
Estas personas quieren experimentar Jesús. Reconocer Jesús tiene como reacción inmediata presentar delante de Él los males. Estas personas, cuando reconocen el Señor inmediatamente, presentan todas las realidades, dijo la Palabra: “ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar”.
Cuando nosotros reconocemos Jesús, tenemos la necesidad de hablar de nuestro corazón para Él, de abrir nuestro corazón y decir todo aquello que nos aflige, porque nosotros sabemos que en el Señor podemos encontrar consuelo.
Tocar en el manto de Jesús es tocar en las gracias de Dios
El pueblo quiere tocar en Sus vestiduras, aquella parte del manto donde, en la concepción judaica, era el lugar de donde se emanaban las gracias de Dios, de donde se emanaban las bendiciones de Dios. Entonces, estas personas tienen conciencia que tocar en las vestiduras de Jesús es tocar en las gracias de Dios.
¡Podemos hacer eso! ¡Que cosa linda! Hoy, tenemos la posibilidad de tocar en las vestiduras de Jesús, pero, ¿cómo es eso, padre? ¡Por medio de los sacramentos; pues ellos son las señales visibles de la gracia de Dios para nosotros! Podemos tocar Jesús cuando recibimos la Eucaristia; podemos tocar Jesús cuando confesamos nuestros pecados; podemos tocar en Jesús cuando recibimos la unción para restituir nuestra salud física y espiritual, es decir, esta delante de nosotros la posibilidad que aquellas personas mucho querían: tocar Jesús. ¡Podemos experimentar eso!
Después, las vestiduras de que habla la Palabra de Dios, el manto es la santidad; la santidad en Jesús, el puro por excelencia, era aquella fuerza de atracción. Recibimos también vestiduras de santidad en nuestro bautismo y, apartir de nuestro bautismo, nosotros somos comprometidos a conservar estos mantos de santidad, para que las personas, al ver también esta santidad en nosotros, puedan tocar Jesús, apartir de nuestra persona, apartir de nuestro testigo. Es un comprometimiento de todos nosotros: mantener la pureza de nuestro corazón, las vestiduras de la santidad, para que el pueblo de Dios reconozca también en nosotros la presencia de Jesús.
Sobre todos vosotros, la bendición de Dios Todopoderoso. Padre, HIjo y Espíritu Santo. ¡Amén!