¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo! ¡Por siempre sea alabado!
“Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas 11, 20).
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Amados hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos habla de la lucha entre Jesús y el demonio, una batalla que cada uno de nosotros también enfrenta en su interior.
Existencia del mundo espiritual
Sabemos que, una vez liberados del pecado y del demonio por la gracia de Dios, por la fuerza del Bautismo y por la reconciliación, a lo largo de nuestra vida, el Señor nos garantiza Su victoria sobre el mal. El demonio ya está derrotado, consciente de que su tiempo se está acabando. Por eso intenta desviarnos de la voluntad de Dios, tentando a cada uno de nosotros, que somos imagen y semejanza divina. Nuestro testimonio, mis hermanos y hermanas, debe ser como una luz que ilumina las tinieblas, un testimonio auténtico de quien vive la voluntad de Dios.
El demonio detesta esto, y hará de todo para destruir a quien lo practica. Pero Jesús nos dice: “Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”. Debemos ser conscientes de que Dios está con nosotros, Él no ha abandonado a su pueblo. Jesús vino a esta tierra, encarnándose en el seno de la Virgen María, para derrotar al mal.
Sin embargo, como el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña, incluso después del bautismo, que nos regenera y libera del pecado original, permanece en nosotros el resquicio de ese pecado, llamado concupiscencia de la carne. La concupiscencia de la carne es la inclinación hacia el mal. Por eso, la lucha que mencioné al principio es una batalla interior que libramos todos los días para no desagradar al corazón de Dios.
Debemos tener la seguridad de que el demonio existe, así como el infierno, y que estamos librando una gran batalla, pero que ya fue vencida por nuestro Señor Jesucristo. Cuando se habla de infierno y demonio, las personas tienden a alejarse, pues esa es la artimaña del demonio: hacer que no creamos en su existencia. Y si no creemos en su existencia, tampoco creeremos en la existencia del pecado. Por eso Jesús insiste con nosotros hoy: “Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”.
Amados hermanos, no podemos cerrar los ojos ante la existencia del mundo espiritual, del mundo sobrenatural, como el propio Pablo nos garantiza en su carta: “No luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra las fuerzas espirituales del mal en las alturas”.
Que el Señor nos ayude a no tener la conciencia obscurecida por las trampas del demonio. Tengamos la seguridad de que Jesús ya venció todo el mal en la cruz y por su resurrección.
Que podamos, mis hermanos, hacer la voluntad de Dios, estar dentro de la voluntad de Él y seguir creyendo. Él es el vencedor, y a Él entregamos nuestra vida.
Que el Señor nos bendiga y nos guarde de todo mal.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!