“En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Cuando el demonio salió, el mudo comenzó a hablar, y las multitudes quedaron admiradas” (Lucas 11,14-23).

El Señor puede liberarnos

Hermanos y hermanas, en el Evangelio de hoy, vemos que el mal se presenta con un destaque y un síntoma principal. ¿Qué destaque y qué síntoma principal es este? El bloqueo de la comunicación.

Entonces, estamos ante un demonio que, aquí en el Evangelio, dice que es mudo. Entonces, aquel hombre era mudo. Aquel hombre no tenía capacidad de expresarse, no tenía capacidad de hablar. Muchas veces, también nosotros nos sentimos así, incapaces de compartir, de hablar unos con otros, de abrir nuestros corazones, incapaces de hablar de la Palabra de Dios. Y ese es el punto principal.

Quien es mudo, a quien el demonio ha bloqueado la capacidad de comunicación, no consigue hablar de la Palabra de Dios. Esa es la centralidad del Evangelio de este día. Incapaces de hablar de la Palabra de Dios.

Jesús cura a este hombre y es un poco como si esta historia quisiera decir a cada uno de nosotros que, incluso cuando nos encontramos en condiciones semejantes a este hombre mudo, el Señor puede liberarnos.

El verdadero problema, hermanos y hermanas, es percibir esto y querer abrirse nuevamente a la gracia de Dios que puede curarnos, que puede destrabar nuestra incapacidad de comunicar la Palabra de Dios, que puede destrabar nuestra lengua para que la comuniquemos de hecho.

Yo quiero hablar, Señor, yo quiero anunciar; en este día, le pedimos esta gracia, que tengamos la capacidad de no permanecer mudos en este mundo, sino que tengamos la boca abierta para anunciar Su Palabra.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!