“Al volver a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobran el impuesto para el Templo. Le preguntaron: «El maestro de ustedes, ¿no paga el impuesto?» Pedro respondió: «Claro que sí». Y se fue a casa. Cuando entraba, se anticipó Jesús y le dijo: «Dame tu parecer, Simón. ¿Quiénes son los que pagan impuestos o tributos a los reyes de la tierra: sus hijos o los que no son de la familia?» Pedro contestó: «Los que no son de la familia.» Y Jesús le dijo: «Entonces los hijos no pagan” (Mt 17, 24-26).

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El Evangelio de hoy nos habla sobre la cuestión del tributo al templo. Muchos de los sacerdotes del templo, en el tiempo de Jesús, estaban libres de pagar tributo. Y Jesús, que es el Hijo de Dios y Señor del templo, tenía mucho más razón que nadie para pagar el tributo. Sin embargo, Él ordena a Pedro que va hasta el lago, que lance el anzuelo y quite de la boca del primer pez que agarrar una moneda, y así pagar el tributo para no escandalizar.

Pedro encuentra esta moneda de valor suficiente y paga para él y para Jesús aquel impuesto. Y con ese milagro que Jesús ordena hacer, comprendemos la cuidadosa providencia del Señor para con Sus hijos.

Nuestra única deuda es el amor, ese es el verdadero pago que nos convierte cada vez más libres

Jesús, mis hermanos, con Su muerte y resurrección, ya pago para nosotros todo el precio que nos ea debido. Con Su donación de vida, con Su entrega total en la cruz, ya no hizo totalmente libres, se convirtió en los hijos.

Somos hijos, somos libres, no somos extraños, sin embargo, aún así, el Señor nos invita a cumplir con nuestros deberes sociales, a no hacer uso de privilegio para cumplir con nuestras obligaciones.

El servicio que Cristo pide a Sus discípulos no consiste solo en dar algo, pero dar a sí mismo, así como Él se ha dado a nosotros. No es solo pagar el impuesto — el impuesto de los hijos, de los libres — , pero es dar a sí mismo, es donarse por completo, entregarse totalmente. Es ese: simplemente entregar la vida por la libertad y por amor a sus hermanos. Entregando la libertad por amor, convirtámonos más capaces de amar y de entregarnos. Por lo tanto, somos libres en nuestra entrega y en nuestra donación, sin renunciar a nuestros compromisos.

Necesitamos comprender que nuestra única deuda es el amor, ese es el verdadero pagamento que necesitamos realizar, y ese es el verdadero pagamento que nos convierte cada vez más libres, cada vez más hijos. Nuestra única deuda es el amor.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!