Hoy, el Evangelio de Mateo 13, 44-46 nos trae una enseñanza muy hermosa sobre el Reino de los Cielos:
“«En aquel tiempo, dijo Jesús a la multitud: “El Reino de los Cielos es como un tesoro oculto en el campo. Un hombre lo encuentra y lo vuelve a esconder. Lleno de alegría, va, vende todos sus bienes y compra aquel campo. El Reino de los Cielos también es como un comprador que busca perlas preciosas. Cuando encuentra una perla de gran valor, va, vende todos sus bienes y compra aquella perla”».
Piedra preciosa
En el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña y nos presenta dos parábolas cortas, pero profundamente significativas: el tesoro oculto en el campo y la perla de gran valor. En ambas, el mensaje central es el mismo. ¡Miren qué interesante!
El Reino de los Cielos es algo tan valioso que merece toda nuestra entrega y toda nuestra renuncia. Deténgase y piense un poco. ¿Cuántas veces ha hecho sacrificios, se ha entregado por algo que es pasajero?
Y, muchas veces, no le damos valor al Reino de Dios, para el cual fuimos creados, y por el que necesitamos hacer esa renuncia, esa entrega y ese sacrificio para alcanzarlo.
¡Qué tristeza! En los tiempos de hoy, ya no vemos de forma profunda esa entrega, porque el mundo nos ha robado el deseo del cielo, porque nuestra mirada está mucho más enfocada en lo terrenal que en lo eterno.
El Señor nos motivará a venderlo todo, a dejarlo todo para poseer aquello que no pasa.
En la primera parábola, un hombre encuentra un tesoro oculto en el campo y, lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar aquel campo.
En la segunda, el comprador de perlas busca una perla preciosa y, al encontrarla, vende todo lo que poseía para adquirirla. Dense cuenta de que tanto uno como el otro lo venden todo, es decir, entregan todas sus reservas para adquirir aquello que es valioso.
¿Qué quiere mostrarnos Jesús? El Reino de Dios no es solo uno entre muchos valores que cultivamos; es el valor supremo, es decir, es el bien mayor que supera todas las riquezas, placeres y seguridades de este mundo.
La respuesta al llamado de Dios exige una decisión radical: dejarlo todo atrás, dejar todo aquello que nos impide entregarnos completamente a Él.
Que el Señor nos ayude y que el Reino de Dios sea para nosotros algo que nos cueste nuestro sacrificio, nuestra entrega y nuestra renuncia. Venderlo todo por causa del Reino de los Cielos.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!