“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 56-57).

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En el Evangelio de hoy, Jesús sigue presentarse como el Pan de la vida. En estos días, escuchemos que Él es el alimento que nos da la verdadera vida, nos da la vida eterna. Y, en la Eucaristia, encontramos ese maravilloso alimento, que es el propio Jesús quien se da inteiramente a nosotros. El misterio grandioso de amor, amor de Dios que quisó quedar muy cerca de nosotros y se hizo alimento para queda así muy cerca de nosotros.

El alimento, como nosotros sabemos, es vital para nuestra existencia; nadie sobrevive, si no se alimenta. El hambre y la sed revelan para nosotros el mucho que somos indigentes, el mucho necesitamos de algo fuera de nosotros, lo mucho que somos necesitados y pobres.

Nadie sobrevive por sí mismo, necesitamos del alimento para sobrevivir. Y, delante de la Eucaristia, comprendemos que la vida es una oferta, un don, más que esta vida no se reduce a la vida del cuerpo, que más temprano o más tarde debilita y deja sin sentido.

Alimentándonos del Cuerpo y Sangre de Jesús quedamos nutridos de Su vida divina

Tenemos necesidad de una vida que dura. Y, para podernos ser dignos de esta vida, nos fue dad la posibilidad de alimentarnos de la propia vida, del propio Cuerpo y Sangre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Y, así, alimentándose del Cuerpo y Sangre de Jesús, nosotros permanecemos unidos a Él y quedamos nutridos de Su vida divina.

Dios quisó vivir en nosotros. Transformandonos por medio de Su Cuerpo y de Su Sangre, nos convertirnos así participantes de Su naturaleza divina. A la medida que nosotros recibimos Jesús, nosotros participamos también de Su vida divina. Concientes de eso, acerquémonos de este Sacramento con toda alabanza y reverencia de que nosotros somos capaces, con la firme convicción de que cada vez que comulgamos dejamos con que Cristo se introduzca de una forma más intima e unida a nuestra existencia. Cristo quiere estar con nosotros, Él quiere alimentarnos y fortalecernos.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!