“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a darles pleno cumplimiento” (Mateo 5,17-19).

Corazón abierto a la transformación

Hermanos y hermanas, ante el Evangelio que escuchamos en este día, deberíamos preguntarnos qué significa “he venido a darles pleno sentido a la ley y a los profetas”. Cuando Dios le dio al pueblo de Israel la ley y también las enseñanzas de los profetas, tenía un objetivo y una finalidad específica, que era generar libertad en la relación con Dios, pero también el cuidado entre ellos, el cuidado entre los hermanos. Pero, infelizmente, a lo largo del tiempo, el pueblo de Israel hizo uso de la ley y de la enseñanza que, en vez de generar libertad, generó cierto cierre en sí mismo y también frustración. Todo esto lo vemos en diversos grupos, los fariseos, grupos que instigan a Jesús a lo largo de Su presencia en este mundo.

La ley de Moisés es buena y también la enseñanza de los profetas. Pero, infelizmente, gran parte del pueblo no vivió del modo que Dios quería, del modo que era su finalidad para la ley y también para la enseñanza de los profetas. En verdad, lo que era colocado por encima de la ley de Dios era la ley humana, del hombre mismo, generando este cierre.

El aparato divino de la ley y de los profetas dio lugar al aparato humano. Entonces, tuvo un proceso de sustitución. Jesús, cuando viene a hablar que Él vino para dar pleno sentido a la ley y a los profetas, es de esto que él está hablando, de retomar el sentido original.

La enseñanza de Jesús tiene como objetivo restaurar el verdadero cumplimiento de la ley de los profetas, o sea, recuperar el pleno cumplimiento, el pleno sentido que nos torna libres en Dios.

Entonces, ese es el verdadero objetivo, que seamos libres en Dios, libres en nuestra relación, en colocarnos en Su presencia, y es así que Él nos transforma.

El Evangelio genera en nosotros la vida moral y la moralidad. ¿Qué es la moralidad? Son los principios, los valores que orientan nuestro comportamiento ético y también nuestras decisiones. Pero el Evangelio no genera y no debe generar en nosotros lo que generó en el antiguo pueblo de Israel: moralismos. Caso contrario, retornaríamos a la ley antigua.

Somos alimentados por el Evangelio. El Evangelio genera la vida moral, que es bien diferente de moralismo. Que el Señor nos bendiga en este día, para que, en este tiempo de la Cuaresma, abramos nuestro corazón para la gran transformación que Dios tiene para realizar en nosotros.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!