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“En quel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre. Y esto os será ocasión para dar testimonio. Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa” (Lucas 21, 12-19).
En la liturgia de la Palabra de esta semana, hemos visto y escuchado, hermanos y hermanas, palabras sobre los últimos tiempos, sobre todo sobre las señales. Todo esto para que aprendamos a vivir en vigilancia.
Últimos tiempos
Ayer, hablábamos de la diferencia entre fin del mundo y últimos tiempos.
El fin del mundo marca la realidad de la encarnación de Jesús, desde el momento en que Él se encarnó hasta el día de hoy, hasta su segunda venida. Claro, los últimos tiempos ya hablan más de las realidades últimas, las señales últimas.
Entonces, la liturgia de esta semana siempre nos recuerda estas dos realidades para las cuales necesitamos estar preparados para un encuentro con Cristo, ya sea cuando nosotros vayamos o Él venga. Así, siempre recordamos también la segunda venida de Jesús en esta semana.
Y el Evangelio de hoy nos recuerda que todas las señales, e incluso las persecuciones son ocasiones, oportunidades para testimoniar nuestra fe. Es permaneciendo firmes que vamos a ganar la vida.
Que aprendamos, hermanos y hermanas, con los textos de estos días, con el Evangelio de hoy, a no desfallecer en los momentos de dificultades que surgen, que son ocasiones para la permanencia, debemos permanecer en Dios. Son ocasiones para testimoniar nuestro amor a Jesús hasta el final.
Aquí, hablamos de prisiones, de persecuciones; entonces, a veces, cambia la forma, pero la persecución sigue. Tal vez no como la persecución del tiempo de Jesús, para algunos, para otros sí, dependiendo de la realidad, pero es una realidad que hasta hoy somos perseguidos por causa de nuestra fe.
¿Y cuál debe ser nuestra actitud? Vigilancia y permanencia, debemos permanecer en Dios y testimoniar que la vida de fe transforma nuestra existencia.
La vida de fe es la realidad que nos hace vivir en este mundo en el que Cristo se encarnó, con los pies aquí en la tierra, pero con una realidad sobrenatural que le da sentido a todo. Entonces lo que le da sentido a nuestra existencia, a nuestra vida, es una realidad sobrenatural, no son solo las realidades y los poderes de este mundo.
Entonces, abramos nuestro corazón a la gracia de Jesús que nos conduce, a la gracia de Jesús que, constantemente, nos invita a ser hombres y mujeres de oración, que se vuelven hacia las realidades del cielo.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!