“Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio” (Jn 16, 7-8)
Los discípulos no querían que Jesús si fuera, de ninguna forma. Y creo que, ningún de nosotros que permanece en la compañía de Jesús iba querer que también Él nos dejase. Pero Él esta diciendo la razón mayor del porque necesita dejarnos, porque Él necesita ir para el Padre.
No es que Él nos va dejar o jamás nos abandonara, Él va para abogar al Padre para que envíe sobre nosotros el Espíritu de la Verdad, para que envíe sobre nosotros Defensor, el abogado, el Paráclito, Aquel que va para el Padre para nos mandar Su Espíritu.
¡Que gracia y que amor sublime de Dios por nosotros! Porque el Espíritu que esta en el Padre y en el Hijo es enviado a nosotros, Sus hijos, fuimos adoptados y redimidos de nuestros pecados para que permanecer en Dios.
Sin la gracia y el poder del Espíritu no permanecemos en Dios y no tenemos la vida en Él, porque es solo el Espíritu que desarrolla en nosotros la vida espiritual, la vida mística, la vida intima con Dios. Es solo el Espíritu que cría en nosotros ese esa unión consagrada, es solo el Espíritu que nos capacita y nos da gracia para vivir la gracia cuando viene en nuestra ayuda. Solo Él es capaz de nos mostrar en lo que consiste el pecado, la sentencia y la justicia.
Solo el Espíritu nos capacita y nos da gracia para que podamos vivir en la gracia
El pecado mayor es no creer en Jesús, el pecado mayor es creer en mí, en el mundo y no creer en Dios; solo el Espírirtu que nos convence de nuestro proprio pecado. Solo el Espíritu realiza la justicia porque no conocemos y no vivimos la justicia. Somos injustos y justiciero muchas veces, pero la justicia de Dios solo se establece en nosotros si somos guiados por el Espíritu.
El Espíritu nos convence de la sentencia, del juicio mayor es que el Principe de este mundo esta condenado, pero el Espíritu nos convence de que, una vez que Jesús esta juzgado y condenado, nosotros también no podemos ser condenados en Él, necesitamos ser salvos en el poder de Jesús.
Es el Espíritu quien nos convence de la verdad, nos da fuerza y combate en la adversidad; el Espíritu actúa en nosotros y nos desarma por dentro y por fuera. Es el Espíritu quien opera en nosotros la serenidad, la gracia de la vida espiritual para mirar todas las cosas, no con la mirada mundano, pero con la mirada de la gracia de Dios que actúa en nosotros.
¡Dios te bendiga!
