07 Apr 2019

Seamos promotores de la misericordia

“El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra” (Jn 8, 7).

La Liturgia de este domingo nos presenta los hombres pecadores que llevaran una mujer pecadora a la presencia de Jesús. Resalto, en primer lugar, la hipocresía de estos hombres: ellos la cogieron en flagrante adulterio.

¡Nadie adultera solo! La mujer no adultero sola. Si ella esta en adulterio, ¿dónde esta el hombre que fue también sorprendido con ella?

Hay aquella cosa de acusarnos quien queremos; especialmente, hay algo mayor, porque muchos hicieran lo que esta mujer hizo en su debilidad, pero quien acusa es porque no se conoce, no quiere conocerse ni quiere ocultarse lo que de hecho es. Por eso, estos hombres no están allí para hacer justicia, porque la primera justicia hacemos con nosotros mismo. Están allí para acusarla y condenarla.

Jesús, al ver, incluso, por que los hombres invocaron la Ley de Moisés, la actitud de Él es sorprendente. Él no dice sí y ni no, Él no rechaza, pero también no acoge lo que los hombres traen; en un gesto Él baja, se inclina y comienza a escribir en el suelo con el dedo.

Algunos padres de la Iglesia dijeran que Jesús escribió los pecados de la humanidad en aquel suelo, pero, la verdad es que el suelo es de donde nosotros venimos. El suelo es donde esta el polvo de la tierra y todos nosotros venimos del polvo, todos nosotros necesitamos inclinarnos para el suelo, para la tierra ara reconocer, de hecho, el pecador que somos, la miseria humana que somos.

Somos llamados por Jesús a ser como Él: promotores de la misericordia

Después que Jesús vino al suelo, El se levanto y dijo la sentencia: “Es sencillo, quien de ustedes no tiene pecado, puede quitar piedras sobre esta mujer”. ¿En el fondo, como esta la conciencia de cada uno? ¿Quién ya ha examinado la conciencia hoy? ¿Quién ya paro en realidad y sinceridad de su propia vida para decir quien es mejor o peor que esta mujer?

Jesús no esta absolvendo esta mujer en primer momento, cuanto menos condenando, Él esta poniendo cada uno, incluso ella, para que vea su propia vida. Es lo que necesitamos hacer, necesitamos revernos por encima de todo.

Cuando hacemos un examen de consciencia de verdad y somos sinceros en conocernos como de hecho nosotros somos, nunca más vamos juzgar tampoco condenar nadie en este mundo.

Escuchando lo que Jesús dijo, los hombres fueron saliendo uno por uno. ¿Quién estaba sin pecado en aquel lugar? Jesús se levanto y dijo: “Nadie te condenó, yo también no te condeno, mujer. Solo no peques más, para que tu mismo no te juzgue y condene, para que los hombres no te juzguen ni te condenen, para que tu vida no vuelves más a ser deplorable”.

Jesús rescato, levanto y amo profundamente aquella mujer, y perdono todos sus pecados. Fue la misericordia que salvo y liberto. Fue la misericordia que guio la vida de aquella mujer.

Somo llamados por Jesús a ser como Él: promotores de la misericordia y no de juzgar con los demás.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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