Trabajemos como el Padre que no se cansa para que el jardín de Dios sea cuidado

“Mí Padre trabaja siempre, por lo tanto también yo trabajo” (Juan 7, 17).

El Padre trabaja creando y recreando el mundo y Su Hijo vino para continuar en nuestro medio de nosotros, vino para llevar a la plenitud el trabajo del Padre. El buen jardinero creó ese jardín maravilloso que es la tierra donde vivimos, aquí plantó la vida y, puso cada uno de nosotros, para cuidar de él. Pero hubo aquellos que estropearon el jardín, dejaron las hierbas malas entrar en él. El Padre envió Su Hijo para poner orden en ese jardín, para salvarlo, para que él no fuera condenado, pero que fuera salvo y verdaderamente rescatado.

Necesitamos ser colaboradores del jardín divino y no destructores de la vida que Dios creó. Hay aquellos que, por desgracia, no trabajan para la vida, trabajan para la destrucción de la vida. Hay aquellos que no siembran la vida, por el contrario, siembran el joyo, la semilla corrompida para que se estropee el jardín de la vida. Ni necesito decir lo que hacen las semillas de la maldición, de la envidia, de la mentira, de los chismes y de las maledicencias; son estas que estropean el jardín de Dios, estropean el corazón humano que es el lugar, por excelencia, de la morada de Dios.

Trabajemos como el Padre que no se cansa, a fin de que, el jardín de Dios sea cuidado, preservado, salvo y restaurado.

El buen operario del Señor es aquel que pone la mano en la masa y va trabajar para construir la vida. “Quien oye mi palabra y cree en aquel que me envió, posee la vida eterna”.

El trabajo es para que nuestra vida sea plena y rescatada, para eso es necesario trabajar con empeño, ante de todo, en nuestra propia alma: expulsando, sacando, purificando lo que no es vida. Tiene que “cortar las aristas”; hay muchas hierbas malas para ser cortadas; es necesario que ese trabajo esté presente siempre en nuestra vida.

¡Dios te bendiga!