“El rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?». «La cabeza de Juan el Bautista», respondió esta” (Marcos 6, 22-24).
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Celebramos, hoy, el martirio de Juan Bautista. Entre los grandes hombres del Antiguo Testamento, Juan Bautista gana ese destaque al ser reconocido como el mayor nacido entre mujer, y también gana el destaque de ser celebrado por nuestra Iglesia en dos fechas: celebramos su nacimiento, en el día 24 de junio y, hoy, celebramos su martirio. Juan Bautista fue martirizado debido su fe y su testimonio.
En el Evangelio de ayer, escuchamos Jesús criticando los fariseos debido la hipocrisia y, hoy, podemos ver en Juan Bautista un testimonio de coherencia, es decir, un testimonio de correspondencia entre la predicación y su vivencia.
Juan Bautista fue un gran hombre, porque su predicación correspondía lo que él vivía. Era esta la correspondencia entre la predicación y la vida, que llamaba la atención de las personas, que atrae las personas a buscar ese hombre que anunciaba la conversión en el desierto.
Pero esta coherencia de vida también tiene su precio, porque, al mismo tiempo que el ser coherente atrae las personas, conquista a ellas, él también provoca molestía en aquellos que viven en el error, en aquellos que no están dispuestos a cambiar de vida.
Seamos un testimonio coherente y fiel de aquello que Dios exige de cada uno de nosotros
Y fue justamente lo que ocurrió con Herodes y Herodíades: ambos vivian una vida incoherente, una vida de error, un vida lejos de la voluntad de Dios, y pensaran más facil eliminar Juan Bautista (que había denunciado sus errores) que corregir y cambiar de vida.
¡Y, en nuestros tiempos, no cambio mucho esta practica! A veces, parece ser más facil eliminar aquel que predica la verdad, eliminar aquel que vive una vida coherente que cambiar de vida, que dejar que esta coherencia de vida nos conquiste y transforme también nuestro corazón.
Pero no podemos desanimar de predicar la verdad, de anunciar la verdad. Mucho más que anunciarla, vivirla, ser un testimonio coherente de la Palabra de Dios. No podemos dejarnos callar por aquellos que no quieren cambiar de vida, pero seamos un testimonio coherente y fiel de aquello que Dios exige de cada uno de nosotros, aún que eso provoque molestía en la vida de muchos que no están más preocupados en vivir la verdad.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!