“Mientras Jesús estaba caminando por el Templo, se le acercaron los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y las autoridades judías, y le preguntaron: «¿Con qué derecho has actuado de esa forma? ¿Quién te ha autorizado a hacer lo que haces?» Jesús les contestó: «Les voy a hacer yo a ustedes una sola pregunta, y si me contestan, les diré con qué derecho hago lo que hago. Háblenme del bautismo de Juan. Este asunto ¿venía de Dios o era cosa de los hombres? Ellos comentaron entre sí: «Si decimos que este asunto era obra de Dios, nos dirá: Entonces, ¿por qué no le creyeron?» Pero tampoco podían decir delante del pueblo que era cosa de hombres, porque todos consideraban a Juan como un profeta. Por eso respondieron a Jesús: «No lo sabemos.» Y Jesús les contestó: «Entonces tampoco yo les diré con qué autoridad hago estas cosas.»” (Mc 11, 28-33).

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Nuevamente, podemos ver las autoridades, los sumos sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos en un fracaso de tentar sorprender a Jesús. Estas autoridades se acercan de Jesús – que es la sabiduría de Dios encarnada –, no con la intención de conocer a Él o de aprender con Sus enseñanzas, pero se acercaran con astucia, con maldad en sus corazones; se acercaran con segunda intenciones.

Los puros de corazón son aquellos que son capaces de acoger la sabiduria que viene de la autoridad de Jesús

Y, delante del Evangelio de hoy, nosotros también podemos hacer una sincera evaluación: ¿con qual disposición me he acercado de Jesús? ¿Me he acercado del Señor con un corazón puro, humilde, abierto a Sus enseñanzas o me he acercado con el corazón contaminado por las segundas intenciones; lleno de pretensiones miserables, vanidades y orgullosas?

Mis hermanos, a veces, nosotros crecemos en nuestra vida interior, no crecemos en la virtud, en la sabiduria divina y en el conocimiento de las cosas de Dios porque nos guiamos a Él con nuestro corazón lleno de nosotros mismo, lleno de nuestras vanidades y de nuestras pretensiones.

Solo quien se acerca de Jesús con el corazón puro, sin pretensiones y humilde es capaz de reconocer la autoridad de Él; Su autoridad divina. Quien se acerca así de Jesús, con el corazón puro, consigue conocer a Él, consigue comprender a Él y comprender Su sabedoria. Porque, va decirnos la Palabra, los puros son capaces de ver a Dios. Los puros de corazón son aquellos que son capaces de coger la sabiduria que viene de la autoridad de Jesús.

Por eso, acerquémonos del Señor con nuestro corazón puro, vamos hasta Él sin segundas intenciones, pero con el deseo, de hecho, de aprender de Su autoridad.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!