“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a una ciudad de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Y exclamando con gran voz, dijo: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Bienaventurada la que ha creído!” (Lucas 1,39-45).
Expandir el Reino
Hermanos míos y hermanas mías, hoy, 31 de mayo, es el día de la visitación de la bienaventurada Virgen María.
Estamos finalizando nuestro mes de mayo con esta bellísima fiesta de la visitación, en este mes de mayo marcado por la elección del Santo Padre, el Papa, que nos llena de esperanza en este Año Santo de la Esperanza.
La visitación es una de aquellas fiestas que nos lanzan a la aventura de caminar con Cristo.
María, siendo madre del Redentor, se puso en camino hacia Ein Karem, aquel poblado, tierra de Zacarías, para visitar a su parienta Isabel.
Al recibir el anuncio del Arcángel Gabriel, María no se retiró para una oración especial, sino que fue, dice el texto, aprisa a las montañas de Judea a ver las maravillas de Dios obradas en Isabel y Zacarías.
María no duda de lo que dijo Gabriel. Ella no va allí para constatar, de hecho, que el arcángel Gabriel había dicho la verdad, sino que María está sedienta de las teofanías divinas, de las manifestaciones de Dios.
Ella va para poder glorificar a Dios por sus hechos grandiosos.
María va para recoger de los labios de Isabel la fe en las promesas mesiánicas.
La redención involucra a un pueblo, involucra generaciones.
María no encapsula el anuncio de la encarnación, ella no retiene el anuncio de la encarnación, sino que lo expande para que se confirme también en la vida de Isabel y de todo Israel aquello que el Señor había prometido.
Dios no abandona a Su pueblo. Dios no se deja vencer en generosidad. Él manifiesta Su poder, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
Esa es la acción de Dios en la historia de Su pueblo.
Hoy, con María, vayamos también al encuentro de las promesas de Dios y tomemos posesión de aquello que Él mismo hizo en nuestro favor, porque Santo es su nombre.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!