“Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó. Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: “A mi hijo le respetarán”. (Mc 12, 1-12).
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Amados hermanos y hermanas, esta parábola del agricultor nos muestra que Dios nos envia Su Hijo al mundo para que todos lo que en Él creen no perecen, pero tengan la vida eterna. Solo que, mi hermano, mi hermana, existe, dentro de nosotros, una libertad en acoger o rechazar la salvación.
Esta parábola muestra Dios enviando los profetas; muchos los rechazaran y los mataran, y Él ha resuelto entonces enviar Su Hijo único, Jescristo, que también tuvo la misma suerte de los profetas. Fue perseguido, humillado y muerto en una cruz debido lo que nosotros escuchamos ayer, de la dureza de corazón, porque Jesús hablaba la verdad. Hoy, nosotros estamos celebrando San Carlos Lwanga y sus compañeros mártires africanos. Quien vive el martirio es quien, de hecho, entrega su vida para Dios.
Mis hermanos, podemos percibir la línea que nosotros hemos tratado aquí en estos días. En el primer día, nosotros hablamos de la verdad; ayer, fue hablado de la dureza del corazón; y hoy de aquellos que rechazaran la Buena Nueva. Nosotros estamos en el medio de corrupciones, de corazones que no desean hacer la voluntad de Dios. Y el Señor necesita levantar hombres que dan testimonio de la verdad y que dan su vida como el propio Cristo ha dado, por amor a Dios, por amor a las personas.
Tener coraje de entregar la vida por amor
Mis hermanos, mis hermanas, eses mártires, de quien hacemos memoria en el día de hoy, interrogan nuestras convicciones personales. Interrogan si tu, que estas viviendo tu cristianismo más o menos, estás viviendo de forma light. Jesús nos habla hoy por medio de estes santos, de estes mártires, que la misma suerte del discípulo es la misma suerte del Maestro. Es dar la vida, es entregarse, donarse hasta el fin. Solo una fe autentica, mis hermanos, puede abrazar el martirio.
Entonces, quien no vive la verdad no puede abrazar el martirio; quien vive la dureza del corazón no puede abrazar el martirio; solo quien hace la voluntad de Dios. ¿Tu has hecho la voluntad de Dios? ¿Yo, padre Ricardo, estoy haciendo la voluntad de Dios? Porque es de esta fe, es de esta forma convicta que jamás admite el deseo de renunciar al Reino de Dios. Fue lo que aquellos agricultores hicieran, renunciaran al Reino de Dios ne la persona del Hijo, que aquí es representado por nuestro Señor Jesucristo.
Mi hermano, mi hermana, San Carlos Lwanga y sus compañeros sufrieron torturas, casi todos ellos fueron quemados vivos debido su convicción personal. ¿Tu va ceder para vivir la verdad del Evangelio o va seguir preso a las convicciones que lo llevan para lejos de Dios? O nosotros aceptamos la Buena Nueva de Jesucristo o rechazamos, pero también perdemos lo que es más precioso, la vida eterna. Que Dios nos libre de eso y nos pueda dar la gracia de vivir el martirio con fe y coraje.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!