Hoy conmemoramos la memoria de Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia. Y lo más importante que debemos comprender de esta santa es que ella reformó el Carmelo. Es una mujer mística, ejemplo de autenticidad, de oración y de coraje evangélico.
Y el Evangelio de San Lucas 11,42-46 nos dirá lo siguiente: “¡Ay de vosotros, fariseos, porque pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las hierbas, pero dejáis de lado la justicia y el amor de Dios!”.
Relación íntima con Dios
El Evangelio de hoy es una palabra firme de Jesús contra la falsa religiosidad. Y el Señor nos está pidiendo que esta religión debe ser combatida, porque mata el alma, enfría el corazón y nos aleja de Dios.
Aquí entra el hermoso testimonio de Santa Teresa de Jesús: ella nació en un tiempo de gran rigidez religiosa, en pleno siglo XVI, cuando la inquisición vigilaba todo y el legalismo sofocaba la espiritualidad. Mira qué interesante: Santa Teresa osó buscar una relación personal, íntima y viva con Dios. ¡Esto es lo que marca la vida de esta gran mujer de Dios!
La reforma empieza en el corazón
Ella vivió una relación íntima, viva, personal con Dios a partir de la oración profunda, es decir, ella sabía que la verdadera reforma de la Iglesia comienza en el corazón, en el alma que se deja transformar por Cristo.
Mira qué preciosidad la vida de esta gran mujer de Dios: la reforma comienza en el corazón. Todo está ligado al corazón. Por eso Teresa no tuvo miedo de cuestionar las apariencias. Ella reformó conventos, renovó vidas y enfrentó resistencia, incluso de autoridades religiosas. Pero su fuerza venía de la oración y de la verdad interior.
Oración como encuentro real
Para ella, orar es tratar con amistad a aquel que sabemos que nos ama. No es un rito vacío, sino un encuentro real con Dios. Aprendamos de Santa Teresa de Jesús a tener una experiencia profunda, íntima y personal para vivir un encuentro real con Dios.
Que ella interceda por nosotros y ruegue por nosotros a Dios, y que el Señor nos bendiga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Amén!