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Amados hermanos y hermanas, hoy, día de San Francisco, un hombre que se configuró a nuestro Señor Jesucristo y fue el único hombre, sobre la faz de la Tierra, que tuvo la gracia de recibir los estigmas de nuestro Señor.

Fue quien más se asemejó a nuestro Señor Jesucristo en la caridad, en la obediencia y en la humildad. Y vamos a ver esto en el Evangelio de hoy, que dice lo siguiente: “Quien a ustedes los escucha, a mí me escucha; y quien a ustedes los rechaza, a mí me rechaza; pero quien me rechaza a mí, rechaza al que me envió”.

Palabra de la salvación. ¡Gloria a ti, Señor!

Hermanos míos, San Francisco de Asís da una respuesta al llamado de Dios. Y esa respuesta hizo que renunciara a toda pompa de grandeza, renunciara a su vida cómoda –porque él era de una familia acomodada, de posesiones, de bienes, de dinero– en un momento dado de su vida, cuando iba a hacer aquello que era del agrado de su corazón: ser un gran caballero, tener su nombre inscrito en los periódicos, tener su nombre puesto en evidencia. Pero eso, hermanos míos, no trae paz al corazón, a la vida de San Francisco.

Nadie resiste al llamado de Dios

Lo interesante es que San Francisco nos lleva a comprender que nadie resiste al llamado de Dios. Todo está dentro de la mirada misericordiosa de Dios, y, en el tiempo de Él, todo se realiza. San Francisco nos habla justamente de eso: en una noche, en una fiesta en la que estaba, él vivió la experiencia del encuentro personal con Cristo, y su vida cambió totalmente. Ahora, tenía un nuevo sentido, ya no buscar más las grandezas y las glorias de este mundo, los placeres de este mundo. Ahora, su vida estaba basada en vivir el Evangelio en su totalidad, en el amor al prójimo, en la caridad, en la humildad, en la obediencia, porque fue así que San Francisco se asemejó a nuestro Señor Jesucristo, porque quiso vivir como Jesús vivió.

Por eso, hermanos míos, después de su revelación, después de su conversión, después de su encuentro personal con Jesús, nada más en el mundo lo satisfacía. ¡Miren qué palabras tan fuertes! Antes, lo que satisfacía el corazón de Francisco de Asís era aquello que el mundo le ofrecía. Habiendo encontrado a Jesús, habiendo tenido una experiencia personal con Él, ahora nada de lo que el mundo le ofrecía satisfacía su corazón, y solo encontraba alegría en las cosas de Dios.

Antes, las cosas del mundo satisfacían su corazón. Habiendo encontrado a Jesús, eso ya no lo satisfacía; solo entonces encontró la realización, la satisfacción, el contento en las cosas de Dios.

Un hombre y una mujer que tienen una experiencia con Dios abandonan este mundo para vivir totalmente para el Señor. Y eso fue lo que San Francisco de Asís vivió. Él no rechazó a nuestro Señor, por eso tampoco fue despreciado, sino acogido por Dios en Su amor y en Su misericordia.

Que San Francisco de Asís nos ayude a caminar en la voluntad de Dios.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!