“En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios»” (Lc 4, 31-34).

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Mis hermanos y mis hermanas, en la casa de la Palabra — porque es la sinagoga; la sinagoga era ese lugar privilegiado de reflexión de la Palabra de Dios y de vivencia de la Palabra de Dios. Pues es, en la casa de la Palabra tenía un hombre poseído.

Una alerta para todos nosotros, porque el demonio es frecuentador de nuestros lugares sagrados, él es ladrón de la Palabra de Dios. El propio Evangelio nos habla que él ha venido para robar, él es el ladrón de la palabra de Dios y esta en la espera de cuando la Palabra de Dios es sembrada en neutros corazones para robarla.

La sinagoga, como yo dije, era un lugar de la escucha de la Palabra de Dios, y aún así aquel hombre estaba poseído no por la Palabra, pero por el demonio.

Ya has pensando cuantas veces nosotros salimos de una misa, de una predica, de un grupo de oración y no guardamos la Palabra de Dios. De la puerta para fuera, no recordamos más cual fue el Evangelio proclamado. Es una llamada de atención para que nosotros, en este mes de septiembre especialmente, podamos dar la Palabra de Dios un lugar privilegiado (no solo fisicamente, la Biblia abierta, entronizada en nuestras casas), pero dentro de nuestro corazón, un espacio dentro de nosotros para el acogimiento de la Palabra de Dios.

Que nosotros, en este mes de septiembre especialmente, podamos dar la Palabra de Dios un lugar privilegiado

E interesante que el demonio hace una profesión de fe muy completa que muchas de nuestras convicciones religiosas. El demonio sabe que Jesús es el Nazareth, que Él ha venido para destruir los demonios – el mal – , y que él es Santo de Dios. Tres afirmaciones densas y fuertes sobre la identidad de Jesús.

Cuantos elementos salen de la profesión de fe del diablo, pero aún teniendo fe y sabiendo quien era Jesús, el diablo no ama a Él, el diablo no sirve a Él. Y, aquí, esta a punto: no basta tener fe, es necesario amar a Dios, es necesario obedecer Sus mandamientos, es necesario amar el prójimo.

Nuestra fe se convertiría diabólica si nosotros no amarnos a Dios y nuestro prójimo. Sin amor podemos estar incluso, correctamente teológicos en nuestros discursos, podemos ser litúrgicamente impecables en neutras celebraciones, podemos ser guardianes de la doctrina y de la moral, pero no vivimos Cristo concretamente. Porque Cristo es la Palabra encarnada, Él es un hecho.

Por eso, Jesús silencia aquella profesión de fe diabolica y liberta aquel hombre para un culto agradable a Dios. La Palabra nos habla que aquel hombre cae al suelo. Justamente, aquel hombre vá al suelo para después ser levantado por la gracia de Dios y apoyarse en la gracia de Dios y ser hecho un seguidor de Cristo, un oyente de la Palabra, un guardador de la Palabra de Dios.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!