“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Os dejo la paz, mi paz os doy, pero no la doy como el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy, pero volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais porque voy al Padre, pues el Padre es mayor que yo” (Juan 14,27-31).

Ser presencia de Cristo

Es bueno retirarse y aparecer de nuevo. Son los dos verbos que Jesús usa en el Evangelio de hoy para hablarnos de su presencia en nuestra vida.

El amor concede espacio y aparece en el momento justo. Un amor que pretende llenar todos los espacios no es un amor genuino, sino un ahogo, un aniquilamiento del otro, un impedimento para el crecimiento del otro.

Jesús no nos trata así.

La forma de Jesús es presentar ese espacio, es decir, esa falta, esa ausencia, no se vuelve dramática ni causa miedo ni angustia, tanto que Jesús advierte a Sus discípulos para que no dejen que su corazón se turbe.

Al contrario, Jesús abre la mente de Sus discípulos, primero con una palabra de esperanza: “Me voy, pero volveré”.

Entonces, no hay lugar para la desesperación. Después, Jesús no quiere que Sus discípulos se sientan intimidados por Su ausencia, sino que los quiere en prontitud, en salida.

Como siempre nos recordó nuestro querido Papa Francisco: una Iglesia en salida.

Hay un mundo ahí fuera por evangelizar, hay personas por amar, hay situaciones que enfrentar.

No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, cultivando la tristeza, el desánimo, ni sobre nosotros mismos, ni sobre los que están a nuestro alrededor, ni sobre la Iglesia, ni sobre el mundo.

Hay un potencial dentro de cada uno de nosotros.

Existen dones dentro de nosotros que necesitamos hacer fructificar.

La Palabra de Jesús nos anima para que nunca dudemos de su presencia.

Jesús se retira para que tú y yo crezcamos en la gracia de Dios y asumamos nuestra misión. Y Él reaparece para fortalecernos, para asegurarnos que podemos y debemos confiar en sus promesas.

Jesús no está ausente, solo está dando un espacio para que tú y yo crezcamos.

Por eso, abandonémonos con confianza en Sus manos y no dejemos que nos invada la desesperación o la perturbación de nuestro interior.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!