Entonces Jesús les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Jesús le respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Por eso yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mateo 16, 15-19).
Testimonio apasionado
Hermanos y hermanas, hoy es domingo, día del Señor. En este día, celebramos la Solemnidad de dos columnas de la Iglesia: San Pedro y San Pablo, Apóstoles.
Ellos son un referente para nosotros, para la evangelización; en primer lugar, para el pueblo de origen judío y también para la evangelización del pueblo de origen pagano, San Pedro y San Pablo.
San Pedro, como cabeza de la Iglesia, y San Pablo, como evangelizador, representan los pilares de la Iglesia primitiva, de la Iglesia naciente, pero son también pilares para nosotros hoy.
Ambos, a pesar de sus diferencias, estaban totalmente dedicados a la misión de Cristo.
Pedro nos enseña la fe, firme en Cristo; mientras que Pablo nos muestra el celo por la propagación y el anuncio del Evangelio por el mundo.
San Pedro y San Pablo se convirtieron en testigos apasionados de la resurrección después de haber enfrentado y asimilado la destrucción de sus propias ideas de perfección, cada uno a su modo.
Solo después de aceptar que había negado al maestro, como hemos visto en el Evangelio de hoy, fue que Pedro recibió el encargo de pastor.
De la misma forma, San Pablo, solo después de descubrirse como un feroz perseguidor de Cristo en los cristianos, se convirtió en el intérprete de hecho de la justificación que recibimos por una vida en Cristo.
Que San Pedro y San Pablo intercedan por nosotros, intercedan por toda la Iglesia y nos hagan cada vez más santos y amantes del Evangelio.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
