“He peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hay aguardado con amor su Manifestación” (2Tm 4: 7, 8).
Hoy, tenemos la gracia de celebrar los apóstoles Pedro y Pablo, dos columnas fundamentales para nuestra fe. Hombres distintos, con temperas diferentes, con visiones de mundo y de fe diferentes, convertidos en épocas diferentes, viviendo en contextos diferentes, pero unidos en un solo corazón, en el corazón de Jesús.
Cuando hablamos en lo que Dios unió, imaginamos que sea solo la unión conyugal, pero Dios es aquel que une los diferentes. Como Él une la mujer que es diferente del hombre, y ellos se convierten una sola realidad, Él congrega en una misma fe, en Su corazón, personas en contextos políticos, culturales y sociales diferentes.
Pedro ignorante, en el sentido peyorativo de la palabra, un pobre pescador, se convirtió jefe de la Iglesia. Pablo, un hombre hábil, inteligente, sabio, conocedor como nadie de la religión judaica, convertido después de Jesús ya muerto y resucitado, aquel que perseguía los cristianos, ahora va asociar a ese grupo para se convertir también en un pescador y un sembrador de la Palabra de Dios en los corazones.
Trabajemos con empeño, con el ardor apostólico de Pablo, sumiso a la unidad de la única Iglesia de Cristo
Métodos y formas diferentes incluso enfrentar el propio Evangelio no hicieran, de ninguna forma, distante uno del otro. Pedro, con el don de la unidad, como aquel que representa la cabeza de la Iglesia; y Pablo con el don misionero, como aquel que es incansable en llevar a los corazones la Palabra del Señor nuestro Dios.
La Iglesia que necesita de Pedro y de Pablo, la Iglesia que no necesita de uniformidad, la Iglesia que necesita de esta adversidad de carismas, de dones, de talentos, la Iglesia que necesita de todos en un solo corazón, y que necesita, primero, respetar las diferencias.
¡En el mundo donde crece la intolerancia, incluso, en el mundo religioso, como necesitamos de la imágenes de Pedro y de Pablo, de la intercesión de estos hombres, especialmente, de la escuela de vida que viene de ellos!
Que aprendemos a combatir el buen combate como nos enseña Pablo. Pero el buen combate no es combatir el otro, no es hablar mal del otro, no es ponerse contra el otro. El buen combate es combatirnos dentrp de nosotros primero, nuestro orgullo, nuestra soberbia y pretensión de sernos los dones de la verdad y “caernos del caballo” como Pablo cayó para someternos a Cristo Jesús. Caernos de nuestras pretensiones humanas como Pedro cayó para someternos a Jesús.
Y así vamos, juntos, como Pedro y Pablo – de escuales diferentes, de pensamientos diferentes , de situaciones muy distintas – y trabajeremos con un único empeño: hacer Jesús más conocido, amado, adorado y exaltado.
Mientras seguimos queriendo promovernos e imponer, no vamos evangelizar de verdad, y vamos formar discípulos para pensar como nosotros. Pedro no hizo discípulos para sí mismo, ni Pablo. Ellos tenían compañeros, ayudantes, y hizo de todos ellos siervos de Jesús Cristo, apasionados por la cruz de Cristo.
Pedro y Pablo nos enseñan a trabajar por la unidad. Por eso, hoy, también es el Día del Papa. En Francisco, imagen viva, que nos representa Pedro hoy, trabajemos con empeño, con el ardor apostólico de Pablo sumisos a la unidad de la única Iglesia de Cristo.
¡Dios te bendiga!