“Y Jesús les anunciaba la Palabra. Entonces le trajeron un paralítico, llevado por cuatro hombres. Pero al no poder llegar a Jesús, debido a la multitud, abrieron el techo, justo encima del lugar donde él se encontraba. Por esa abertura bajaron la cama en la que el paralítico estaba acostado”
El poder de la Palabra de Dios
El Evangelio nos alerta sobre el poder de la Palabra de Dios. Esa palabra que es viva, esa palabra que es eficaz, que tiene el poder de transformarnos y realizar en nosotros una curación profunda.
De lo que el pecado realiza en nosotros, ¡sólo la misericordia de Dios para liberarnos! Y la palabra de Dios sobrepasa los límites. Aquí, quiero reflexionar con ustedes sobre lo que hemos oído en el Evangelio. Había un hombre paralítico. Aquí, la parálisis era física, pero, en el campo espiritual, muchas veces, estamos paralizados espiritualmente.
Por eso, hermanos míos, la Palabra de Dios sobrepasa los límites, porque, cuando Jesús dice, en este Evangelio, que perdona a ese paralítico y después le pide que se levante, es porque perdonó sus pecados, y eso es mucho más que la curación de una parálisis.
Porque, hermano mío, hermana mía, el hombre y la mujer que se encuentran físicamente paralizados, si convierte su corazón, cambia de vida y, aunque Dios no lo cure, llegará a la salvación. ¿Por qué? Porque su corazón está sintonizado con el corazón de Dios.
Lo peor, hermano mío, es cuando la parálisis que el pecado causa en nosotros nos endurece a la escucha de la Palabra de Dios. Aquellos amigos no estaban allí para acoger la fuerza liberadora del reino; ellos querían solamente que su amigo pudiera caminar, pero Jesús va mucho más allá, por eso sobrepasa los límites.
Jesús conocía el corazón de aquel joven, de aquel paralítico, por eso quería perdonarlo de todos sus pecados. Por eso Jesús dice: “Tus pecados te son perdonados. Toma tu cama, levántate y anda”. Es esta gracia la que Dios quiere realizar en mi corazón y en el suyo hoy. Él quiere liberarnos de toda parálisis que nos impide ir a Jesús.
Que el Señor escuche nuestra oración, escuche nuestras súplicas y nos dé, verdaderamente, una sincera conversión.
Descienda sobre nosotros y permanezca para siempre la bendición del Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
