Encaramos la vida con la levedad de que podemos dar lo mejor de nosotros sin necesitar que seamos mejores o más importantes que el otro

“Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre” (Mc 10, 43-45).

la vida humana no puede ser movida por las pretensiones de la grandeza y superioridad humana. El corazón se eleva, se llena de orgullo, arrogancia y pretensiones desmedidas.

Estamos midiendo por los demás: cuando estamos mejor que el otro, cuando podemos más que el otro, nos sentimos bien. Cuando somos rebajados o igualados, nuestro corazón comienza a entrar en confusión, un cierto desanimo, y algo negativo ocurre dentro de nosotros. Ese es el parámetro equivocado de la vida. Si creamos un parámetro para nuestra existencia, para nuestra vida, a partir de la vida del otro, viviremos en constante emocional.

Cuando nuestras emociones están desgastadas, cuando nuestras emociones están viviendo cada vez más aquella situación que el otro piensa, que el otro ve, de lo que tenemos y el otro no tiene, la vida humana se empobrece mucho, nuestro espíritu desfallece, pierde el gusto y el sabor de vivir.

Convertimos nuestra vida leve, encaremos la vida con la ligereza necesaria, en la seguridad de que podemos dar lo mejor de nosotros sin tener la necesidad de ser mejor o más importante que el otro. El secreto de la vida en Dios es la ligereza y la suavidad. “Mi cargo es suave”, dijo Jesús. Lo que se convierte nuestro fardo doloroso y pesado es el peso excesivo que damos a las cosas, a las preocupaciones y a los excesos de comparaciones, sea con quien sea.

Seamos leves y dejémonos que la ligereza del Espíritu conduzca nuestra forma de vivir.

¡Dios te bendiga!