“Quien reciba este niño en mi nombre, me estará recibiendo a mí. Y quien me reciba, estará recibiendo al que me envió. Pues el que entre ustedes sea el menor, ese será el más grande” (Lucas 9,48)
Los discípulos de Jesús estaban discutiendo en el camino quién era el más grande entre ellos. La pretensión del corazón humano se deja llevar por el orgullo, la soberbia, los sentimientos de grandeza y de querer estar por encima de los demás.
Las personas están disputando cargos, reconocimientos, y estas disputas se trasladan a las conversaciones, a las discusiones que hay en las redes sociales y en todos lados. Es gente queriendo saber más, queriendo tener toda la razón, todo el conocimiento y creyendo que saben más que el resto.
¿Qué dice Jesús frente a esas discusiones sobre quién es el más grande, el que sabe más o el que puede más? Primero Jesús se calla, no entra en las discusiones en las peleas, donde uno se coloca por encima del otro, porque la razón está en el corazón que sabe escuchar. Cuando las personas pelean y discuten, se vuelven incapaces de escuchar al otro.
Segundo, en el silencio, Jesús se refugia en los niños, porque nadie le presta atención. El niño es un ser que vamos a imaginar que nunca sabe nada, pero en la simplicidad y en su pequeñez está la verdadera sabiduría. Por eso Jesús tomó y abrazó a un niño para decirnos que necesitamos ser como niños, en el sentido de que no necesitamos ser los más grandes, saber más, ser los más importantes o a los que más se le tiene en cuenta.
La humildad es el remedio que salva la humanidad, es el remedio que salva nuestra propia humanidad, caída y corrompida por los deseos más egoístas. Un niño cuanto más niño sea, más puro y simple será.
Necesitamos redescubrir el sentido de la pureza, de la sencillez y de la humildad. No podemos ceder a la guerra de egos en el mundo en que vivimos. Nos desgatamos, peleamos, creamos rivalidades, tendemos a crear divisiones y confusiones. Miremos a los niños, porque necesitamos aprender de ellos. Necesitamos ser pequeños porque el Reino de los Cielos no es de los grandes, de los poderosos o de lo que saben mucho, de los que se creen los más inteligentes y capaces. El Reino de los Cielos, es de los pequeños, es de quien tiene humildad de corazón y la mansedumbre del Evangelio.
¡Que Dios nos vuelva niños para poder entrar en su Reino!
¡Dios te bendiga!