En aquel tiempo, dijo Jesús a la multitud: “En verdad les digo: de todos los hombres que han nacido, ninguno es mayor que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia y son los violentos los que lo conquistan” (Mateo 11, 11-15).
Para que puedas reflexionar y comprender el vídeo necesitas ‘accionar el subtitulo en español’:
Hermanos y hermanas, en este evangelio, Jesús no solo habla de Juan el Bautista, sino que toca un drama espiritual humano: el reino de los cielos exige una decisión radical, exige ruptura con el mal, con el pecado, con los egoísmos.
El reino de los cielos también desestabiliza nuestras seguridades, aquellas seguridades interiores, aquellas que construimos para, de alguna forma, vivir lejos de la verdad de Dios con respecto a nosotros.
El llamado de Cristo a una vida de decisión
El reino de los cielos exige adhesión, es la invitación principal para nosotros en este día. Y la violencia necesaria para entrar en él no es contra los otros, sino contra nuestro ego, nuestro egoísmo, nuestra vanidad, contra nuestros apegos más sutiles, contra la prisa que nos impide escuchar a Dios.
Esa violencia, hermanos y hermanas, es la lucha de quien, en lo secreto, aprende a perder para que Dios venza. Entonces, debemos perder para ver la victoria de Dios sobre nuestra vida.
La victoria de Dios acontece en el silencio de la oración
Y esa victoria se da en el silencio de la oración, en el silencio de aquella renuncia que no aparece, que nadie conoce, en la fidelidad escondida, en los pequeños gestos que abren espacio a lo eterno.
Hermanos y hermanas, el reino de los cielos se deja alcanzar solo por aquellos que se atreven a vivir con seriedad, que escuchan y corresponden, dan respuesta a esta iniciativa de Dios.
Que así sea en su vida en este día en que la gracia de Dios lo alcance y lo conduzca, para que, en todo, la voluntad de Él permanezca en su vida.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!



