Si queremos que nuestra fe crezca, no la sometamos a las realidades materiales
“Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” (Jn 20, 29).
Celebramos, hoy, la fiesta del apóstol San Tome, aquel que, después de la Resurrección de Jesús, dijo: “¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (Jn 20, 25). Tome es aquel que exige prueba material, es aquel que necesita ver para creer, porque, si no viene, él no cree.
En el mundo materializado en que nos encontramos, muchas personas quieren materializar la fe. ¿Y en que eso consiste? Y, justamente, exigir pruebas materiales para aquello que es espiritual, sobrenatural, para aquello que los ojos humanos no pueden alcanzar. No necesitamos ver la sangre o la carne roja para creer que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre del Señor. Si hubo épocas y lugares distintos, los llamados milagros eucarísticos fueron, en realidad, demostraciones sobrenaturales y milagrosas de Dios. No necesitamos, sin embargo, ni de esos milagros para creer en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Necesitamos de fe viva, verdadera, madura y alimentada en Cristo Jesús.
Soy seguidor de Cristo desde niño, pero nunca vi Dios, nunca vi Nuestra Señora ni los ángeles. Yo cierro mis ojos para contemplar la presencia de Dios en mí, en el mundo en que estoy, en las realidades que estoy viviendo, pero no necesito ni quiero ninguna prueba material.
Necesitamos que Dios actúe y transforme nuestra fe. Necesitamos alimentarla, porque no podemos caer en la tentación de materialidad ni de las pruebas materiales. A veces, miramos para las personas en las redes sociales: “Mir, están mandando fotos. Estoy viendo una señal aquí. ¡Mira, una marca en el Cielo! Mira la marca en aquel lugar”. Todo bien si para algunos es importante, pero eso no es fundamento de fe ni es importante para nosotros.
El importante para nuestra fe es la experiencia con el Cristo vivo y resucitado, una experiencia real que no pasa por nuestra necesidad de ver, sino experimentamos, de ninguna forma material, pero en la mística y en la vida interior que tenemos.
Cuanto más vida interior, madura, real y concreta tenemos, menos necesitamos de señales humanos o materiales. Cuando nuestra relación con Cristo es verdadera y autentica, a veces, ni sentimos nada, sentimos un vacío, una duda: ¿dónde Dios esta humana y psicológicamente? Son los propios sentimientos preguntando, porque no hicieron la experiencia.
Santa Madre Teresa de Calcutá paso más de 20 años sin probar, hasta en sus afectos, la presencia de Dios, pero ella mismo dijo: “Fue el tiempo donde yo tuve más fe, donde sometió mi fe a Dios”.
Si queremos que nuestra fe crezca, que ella sea madura y real, no la sometamos a alas realidades materiales, pero solo el crecimiento de la experiencia mística y espiritual. Es esta fe que nos hace llegar a Él.
¡Dios te bendiga!