“Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio»” (Juan 2, 13-22).
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Mis hermanos y hermanas, este 9 de noviembre celebramos, con toda la Iglesia, la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, San Juan de Letrán, en Roma. En la fiesta de una basílica papal, el Evangelio nos presenta el verdadero espíritu de un templo de Dios, de un lugar de culto. No es una casa de comercio, como el propio Jesús dijo, porque el amor de Dios no se puede comprar. Eso sería, perdón por la palabra, “prostituir” el amor de Dios, querer comprarlo, porque Dios es amor gratuito. Dios es enteramente gratuidad, y si no fuera gratuidad, no sería amor, sería interés, porque el amor es gratuito.
El mayor problema aquí no eran las cosas que había en el templo: bueyes, ovejas, palomas, cambistas; porque estas realidades eran necesarias, porque la gente hacía ofrendas, holocaustos, para esto se utilizaban animales. Las personas venían de distintos lugares y las monedas eran diferentes, por eso había necesidad de cambistas que cambiaran por la moneda que se usaba en ese tiempo.
Pero lo peor aquí era la mentalidad mercantilista de los religiosos de la época: hago algo por Dios y Él me da a cambio sus bendiciones, compro a Dios, controlo su poder de acción. Esto es pura idolatría, la idolatría del yo. Puedo incluso controlar la acción de Dios. El comercio material que aparece aquí era en realidad solo un síntoma de una enfermedad mucho mayor, la enfermedad de la soberbia, de jugar a ser Dios, que es mucho más grave.
Renuncia a toda mentalidad mercantilista de querer intercambiar el amor de Dios
Todos los cristianos estamos moralmente orientados a sustentar los templos sagrados, nuestros lugares de culto, tu capilla, tu parroquia, tu santuario. Por eso tu diezmo es una expresión de amor a la casa de Dios, donde tú y tu comunidad se reúnen para celebrar la Palabra, para rezar, para celebrar la Eucaristía, pero es Cristo quien hace de ti y de tu comunidad cristianos.
Puedes tener una simple capillita donde vives, en tu ciudad o en el lugar donde te encuentras, y puedes ser una hermosa construcción de Cristo, así como puedes vivir en un hermoso santuario y no permitir que Dios trabaje en ti y construya una nueva obra con su gracia santificante.
Lo importante es el corazón, lo importante es donarse a Dios, entregarse a Dios de forma
totalmente gratuita, sin querer nada de Dios, amarlo sobre todas las cosas porque Él es
Dios.
Descienda sobre todos ustedes la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.