“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues quien quiera salvar su vida, la perderá; y quien pierda su vida por mi causa, la encontrará. De hecho, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?»” (Mateo 16, 24-28).
No negar a Cristo
Hermanos y hermanas, la expresión traducida del texto de hoy es «si alguno quiere venir detrás de mí», y significa el discipulado, es decir, seguir los mismos pasos que el maestro, querer ser discípulo de Jesús.
Este camino presupone dos decisiones que aparecen en el Evangelio: negarse a sí mismo, o sea, abandonar el egoísmo y el interés personal. Y esto es algo que les costará mucho a los discípulos. Basta recordar aquella trágica noche del arresto de Jesús, cuando Pedro, en lugar de negarse a sí mismo, niega al propio Cristo.
Esta situación regresa siempre a nuestra vida, porque, muchas veces, tampoco nosotros nos negamos a nosotros mismos, sino que terminamos negando a Cristo, las verdades en las que creemos.
Vale la pena recordar esta situación, para que también observemos bien si estamos dispuestos a tomar esa decisión en los momentos en que nuestra fe nos pida renunciar a nuestra imagen, a nuestro prestigio, a nuestra buena fama por causa del nombre de Jesús.
Esa es la primera decisión: renunciar a sí mismo.
La segunda decisión es tomar la propia cruz. La cruz significa todas las pruebas, las fatigas, los sacrificios, los sufrimientos. No significa asumir una postura fatalista ante la vida, sino hacer de las dificultades una forma de madurar y dirigir la propia existencia hacia su fin último, que es la unión con Dios en la vida eterna y también en el ahora.
Lo más hermoso es que, si en este camino de seguimiento a Jesús la cruz pesa en determinados momentos, Jesús mismo dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar».
En los brazos de Cristo mismo está nuestro descanso. En las fatigas del día a día, en las exigencias de este discipulado que implica la renuncia a uno mismo para tomar la cruz de cada día, que el Señor nos conceda la gracia de la fidelidad.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!