“Hijo, se te perdonan tus pecados, (…) Y dijo al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.” (Mc 2, 5; 11).
Mis hermanos y mis hermanas, el pecado es el rompimiento de una relación comigo, con el otro y, más gravemente, con Dios. El pecado rompe las relaciones. Y no vivir una relación de amor, amando y siendo amado, es la mayor parálisis que puede existir en la vida de alguien.
Aquella afirmación que Jesús hace, en el comienzo, parecía absurda a los ojos de quien allí estaba presente. Nosotros estamos en el contexto de los judios; y cuando Jesús dijo: “Tus pecados están perdonados”; ¿cómo puede? Porque, para los judios, la idea del perdón de los pecados era muy clara, pues existía un ritual del perdón de los pecados. Los judios conocían muy bien el llamado Yom Kipur, que era el Día del Perdón. Un ritual donde las personas ataban sobre un animal tus pecados, tus faltas, y ese animal era llevado para el desierto, en un lugar distante, creyendo que, allí, ocurría la remisión de los pecados. Entonces, Jesús dijo: “Tus pecados están perdonados”.
Aquellos judios solo no conocían aún el poder que el Padre había dado al Hijo, para redimir toda la humanidad; ellos no conocían el Señor del perdón, y sí el Día del Perdón. Y es necesario conocer bien la forma como el Padre nos ama.
Y el perdón de los pecados nunca puede transformar para nosotros en un rito automático, estático. En el Sacramento de la Confesión, cuando nos acercamos para confesarnos nuestros pecados, jamás permitamos banalizar el Sacramento de la Reconciliación. Él necesita engendrar vida, libertar de las culpas, de los sentimientos malos, de los apegos, de los vicios, para que nuestro corazón sea, de hecho, un corazón libre.
Tu no puedes más llevar para tu vida lo que te paraliza
Después de perdonar los pecados – que era la mayor parálisis – , la más grabe, Jesús dijo: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”, pues es necesario salir de alguna situación. Todas las veces que confesamos, nosotros ponemos nuestro corazón para la conversión, para un cambio de vida de no querer pecar más; por eso, necesitamos romper con alguna cosa. Y confesar nuestros pecados es tener la coraje de hacer eso.
Levantarse significa dejar en el suelo lo que te paralizaba; tu no puedes más llevar para tu vida lo que te paraliza.
“Vete a tu casa”, dijo el Señor. Todos nosotros tenemos un lugar vital para mantener nuestras relaciones; y la verdadera cura vive dentro, en la forma como nosotros nos comportamos; en nuestras elecciones; en nuestra forma de tratarnos las personas de nuestra familia. Cuando nosotros volvemos para casa, es allí que se manifiesta y se concretiza la cura de nuestro corazón, de nuestra parálisis, y nos libramos de aquello que nos paraliza.
¿De que vale una cura física, si ella no te hace amar aún más las personas, amar a Dios? La cura no es una autorrealización, y sí amar de nuevo y de forma que Dios ama, La cura es estar dispuesto a amar de forma que Dios ama.
¡No dejemos nuestro corazón paralizado, jamás!
Sobre todos vosotros, la bendición de dios Todopoderoso. Padre, HIjo y Espíritu Santo. ¡Amén!