“En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos” (Mt 9, 1-8)

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Algunos fariseos vieron esto y preguntaron a los discípulos: “¿Por qué vuestro maestro come con los publicanos y pecadores?”. Bueno, esa es la pregunta del Evangelio de hoy: ¿Por qué vuestro maestro come con publicanos y pecadores?

La respuesta está en la cruz de Cristo. Lo digo en el sentido histórico y factual. Jesús concedió a uno de los ladrones la gracia del paraíso, no lo olvidemos. Un ladrón que solo pidió compasión y que se acordara de él en su gloria.

De hecho, en la gloria no hay lugar para ladrones y pecadores, sino para ex ladrones y ex pecadores. Aquellos que dejaron la vida vieja atrás para acoger la vida nueva en Cristo Jesús son llamados a participar de la gloria de Dios.

Llevar a los pecadores de vuelta a Dios

Jesús no fue a casa de Mateo para expresar su connivencia con una vida deshonesta, como si aprobara una vida sucia, una vida deshonesta. Él fue para celebrar la vuelta de Mateo a una vida digna, a una vida pura. Si estaban presentes algunos que aún no se habían decidido, aquella seguramente fue una ocasión para un retorno a Dios. Muchos estaban allí, que conocían a Mateo, estaban presentes en aquella cena, seguramente fueron tocados por la presencia de Jesús.

El texto dice que esos publicanos y pecadores vinieron. ¿Quién los atrajo? ¿Quién los invitó? Seguramente, no fue Jesús quien los invitó. No fue Jesús quien preparó la mesa, sino que aprovechó la mesa preparada para llamar a aquellos pecadores a una vida nueva.

Seguramente, tenemos muchas ocasiones en nuestros compromisos sociales. No te hagas el hipócrita cuando estés en esos lugares, sino aprovecha la ocasión para sentir un poco con el corazón de Cristo, que vivió esas mismas realidades y supo aprender y enseñar los valores del reino estando en esas ocasiones.

No te hagas el exorcista cuando estés en situaciones así. Sino, en primer lugar, exorciza tu corazón de los juicios, del puritanismo que, muchas veces, te ha alejado de las personas. Jesús nos enseña a aprovechar esas ocasiones para traer a los hijos de Dios cerca de él.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!