“Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis” (Lucas 11, 46).
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El evangelista Lucas, hermanos y hermanas, pone en boca de un doctor de la Ley la observación: “Maestro, diciendo eso, también a nosotros nos insultas”.
La respuesta de Jesús revela su tristeza por la realidad con la que estos hombres, conocedores de la ley, vivían: imponiendo cargas sobre las personas, pero sin vivirlas ellos mismos. Jesús, en este Evangelio, quiere salvaguardar la libertad interior. Acusa a los educadores de la época, diciendo que no favorecen la libertad y dificultan que las personas vivan una experiencia profunda con Dios. Imponen cargas pesadas, mientras que la Palabra de Dios nos dice que Jesús vino a aliviar toda carga.
Para la libertad nos ha libertado Cristo
Jesús vino para darnos libertad, para darnos la gracia de ser libres. Al fin y al cabo, la Palabra de Dios dice: “Para la libertad nos ha libertado Cristo”. Él quiere formar nuestro corazón para la libertad, que, en el contexto cristiano, es algo notable, pues es la única cosa que Dios no toca en nuestra vida.
Dios puede ver a su hijo caminando hacia la perdición, pero si esa persona no tiene el corazón abierto para recibir su gracia y no quiere convertirse, no será salva. ¿Por qué? Por el mal uso de su libertad. Y es lo que los educadores de la época, los maestros de la ley, hacían con el pueblo de Dios: imponían cargas, colocándolos bajo un yugo, pero no vivían nada de lo que predicaban.
Jesús quiere formar nuestra conciencia y nuestro corazón para que entendamos que los aspectos exteriores no son más importantes que los interiores. Él creó tanto lo exterior como lo interior para mostrarnos que la perfección en las cosas exteriores alimenta la soberbia del educador. Nos dice que lo exterior no es lo más importante, pues puede llevarnos a la soberbia, a la arrogancia, a la vanidad, alejándonos de lo esencial: nuestro Señor.
Por eso todo esfuerzo para liberar el corazón y tornarlo humilde solo es posible cuando acogemos a Jesús como Señor y Salvador. Solo Él puede liberarnos de todo mal, de todo yugo, de toda carga. Que el Señor nos ayude a vivir esta libertad, para perseverar hasta la vida eterna.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
