“Mientras lo estaba pensando, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, descendiente de David, no tengas miedo de llevarte a María, tu esposa, a tu casa; si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tú eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 20-21)
Hace pocos días que celebramos la navidad de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, la narrativa de la liturgia de hoy nos pone en plena comunión con ese elemento de salvación: la manifestación de Dios en nuestro medio.
Dios utiliza los intermedios humanos para manifestar Su gracia, y el primer intermedio humano es el vientre de María, es la Virgen María, mujer elegida, amada, llamada y designada por Dios para que de ella pudiera nacer Su Hijo.
El Hijo divino y eterno de Dios asumió nuestra humanidad en el vientre de María, pero Dios también quiso que Su hijo tuviera un padre terreno, que pudiera acompañalo en todo su desarrollo humano. José, eligió como esposo de María, es el padre adoptivo de Jesús, aún no comprendiendo el tamaño misterio y gracia que se realizó en María, movido por dudas e inquietudes debido al tamaño de la grandeza de los acontecimientos.
Jesús vino para liberarnos de la seducción del pecado y para perdonarnos de las ofensas que cometemos
José no desconfiaba de María, pero también no comprendía lo que estaba ocurriendo. Por eso, la intervención divina apareció para José cuando él estaba sumergido en un sueño profundo: “José, no tenía miedo de recibir María, porque todo lo que en ella se realiza es obra del Espíritu Santo”.
Es el Espíritu Santo que realiza una obra plena en María. Él la concibió sin pecado, la preservo del pecado en vista del nacimiento de Jesús, el Divino Salvador, y ahora concibió en ella el Hijo bendito de Dios.
“José, ella va dar la luz a un hijo, y él va llamar Jesús, porque Él va salvar su pueblo de los pecados”. Jesús vino a nosotros para salvarnos y libertarnos del poder y de la seducción del pecado, y para perdonar de las ofensas que cometemos por causa de los pecados.
Vamos recurrir a Jesús, nuestro Divino Salvador, que vino a nuestro encuentro para salvarnos de toda y cualquier iniquidad.
¡Dios te bendiga!
