“Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua” (Jn 19, 33-34).
Hoy, la Iglesia del mundo entero contempla el Crucificado. Contempla, atónitos, el mayor de todos los misterios, la mayor de todas las pruebas de amor. La profecía de Zacarias se cumple: “Y ellos mirarán hacia mí, En cuanto al que ellos traspasaron, se lamentarán por él como por un hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito. Aquel día, habrá un gran lamento en Jerusalén”. (Zacarías 12,10-11).
El gran misterio de entrega, de donación y de amor mayor, que es capaz de dar la vida para que tengamos la vida en plenitud, esta consumado. El lado abierto, traspasado de Jesús se convierte para nosotros una fuente benefica de vida eterna.
Las llagas del Señor, Sus manos, Sus pies de los cuales la sangre preciosísima salió en abundancia, va ser refugio sereno para nuestras heridas, porque por Sus llagas nosotros fuimos curados. Es aquí que nosotros debemos ocultarnos, en las llagas del Redentor. Pues es aquí que somos curados, purificados y fortalecidos.
Contemplemos el gran amor de Cristo que da Su vida por nosotros
Es en la contemplación del misterio de Cristo crucificado que comprendemos la ternura del amor cantado por la Iglesia en este día: “El dulce leño, que los dulces clavos y el dulce peso alimenta” (Crux Fidelis). Es la señal luminoso de amor, aún más, de la inmensidad de amor de Dios, de aquellos que nosotros jamás tendríamos la posibilidad de lograr, porque solo el Hijo de Dios, e Su sacrificio, podría devolvernos la salvación.
Dios se inclina sobre nosotros, Él viene hasta nosotros, hasta nuestra oscuridad, hasta nuestra vida perdida por el pecado para extendernos la mano y quitarnos del lugar donde estábamos, devolviendonos la salvación.
Esta es la verdad del Viernes Santo, en la cruz de Cristo, nuestro Redentor restituye la dignidad que nosotros habíamos perdidos, Él restituye la dignidad que nos pertenece. Vivamos bien este día, contemplemos el gran amor de Cristo que da Su vida por nosotros.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
