Vivimos en un mundo de ceguera, somos incapacitados de reflexionar y mirar más adelante
“Entonces Jesús le dijo: «Puedes irte, tu fe te ha salvado.» Y al instante pudo ver y siguió a Jesús por el camino” (Marcos 10, 52).
El hijo de Timeo, Bartimeo, ciego y mendigo, que estaba sentado al borde del camino, vio a Jesús pasar y gritó: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí, porque yo quiero ver”.
Cuando ese ciego comenzó a gritar, muchos lo reprendían, porque eran más ciegos que él. Cuando una persona reconoce su miseria y sus debilidades, esta buscando alcanzar la gracia, esta buscando ver lo que ella no ve; en esta persona esta la luz de Dios. Sin embargo, cuando una persona cree que sabe todo, que ve todo, que tiene el dominio de todo, lo siento, pero esta persona es más ciega que todos.
Este tipo de ceguera es, muchas veces, difícil de recuperar y salvar, porque la persona esta en el error y no es capaz de reconocer. Ella esta en un obscurantismo muy grande de la vida, que cree que todo que ella piensa y sabe, que su opinión y su punto de vista son la visión del todo.
Vivimos en un mundo de ceguera, incapacitado de reflexionar y mirar más adelante, pero para mirar adelante necesitamos mirar dentro de nosotros, reconocer en nosotros lo que nos lleva a tomar decisiones, hacer elecciones, manifestar nuestras opiniones a partir de nuestros impulsos, de nuestros sentimientos o de nuestro racionalismo, muchas veces, vacío, donde solo nuetsro punto de vista que vale.
Yo me quedo con el ciego Bartimeo, que reconoció la profundidad de su miseria, reconoció que la luz es Jesús, porque solo Él es la luz de la humildad.
Hoy, quiero clamar como Bartimeo: Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí, ten pena de mí ceguera, de lo que no consigo ver dentro de mí misma. Es por eso que, muchas veces, yo no mejoro, no me convierto, no soy un cristiano mejor. ¡Ten compasión de mí, Señor! Permítame ver lo que no consigo, no me deja morir en la ceguera, obstinado en mis pensamientos, en mis sentimientos, en mis ideas y convicciones. Jesús, luz del mundo, ilumina las tinieblas de mí corazón.
¡Dios te bendiga!