“Y apiñándose las multitudes, comenzó a decir: Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue señal a los ninivitas, también lo será el Hijo del Hombre a esta generación” (Lucas 11, 29-30).

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Amados hermanos y hermanas, hoy la liturgia nos habla de algo que es común en nuestra vida: personas de cabeza dura, es decir, personas que tienen dificultad en acoger la Palabra de Dios.

Jesús vino a predicar el Reino de Dios, y vino para que todos sean salvos y acogidos en el Reino de los Cielos. El Señor es para nosotros esta señal, no solamente la señal de Jonás o de los profetas, sino la gran señal a la cual debemos mirar, debemos permanecer y acoger. ¿Por qué, hermanos míos?

El pueblo, en los tiempos de hoy, pide señales que garanticen la autenticidad del poder de Dios. ¿Y cuál es la señal? Esta multitud es muy semejante a los ninivitas, que fueron incapaces de distinguir aquello que el profeta Jonás estaba proclamando, predicando. Y vivieron con el corazón cerrado. ¡Cabezas duras! Jesús, hoy, nos está pidiendo que tengamos un corazón abierto para recibir de Él la salvación. Pero la salvación, hermanos míos, exige una conversión verdadera. Jesús nos pide eso de forma exigente. Lucas se dirige a nosotros de forma semejante al profeta Jonás, que predicó a los ninivitas.

Ninguna otra señal será dada

Por eso quiero pedirte hoy que tu corazón esté abierto para el anuncio de la Palabra de Dios. Que tu corazón, ahora, esté realmente abierto de par en par para la gracia de Dios. Porque eso es, hermanos míos, Jesús, respondiendo a los discípulos, a los fariseos, a los maestros de la ley, a los doctores de la ley, en aquel momento, para recordar que la salvación de Jonás es símbolo de la muerte y resurrección por la cual Jesús iba a pasar.

Pidamos al Señor que quite de nuestro corazón todo endurecimiento, todo cerramiento, todo egoísmo que nos aleja de la presencia de Dios. El lenguaje de la cruz no espera otra cosa que no sea la resurrección. Quien no esté con el corazón abierto, la predicación de la cruz será una locura, pero para nosotros que creemos, la salvación. Por eso el Señor quiere, hoy, entrar en tu corazón, en tu vida, para quitar todo aquello que está empedernido, endurecido, para que la gracia de Dios suceda.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!