“Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes” (Lc 8, 1-3).
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Hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy debería leerse en el Día Internacional de la Mujer, que es el 9 de marzo, como una página reconciliadora. Yo sugeriría esta lectura, porque Jesús nunca admitió el desprecio por la mujer ni dejó nunca de agregarlas al número de Sus discípulos.
En el tiempo de Jesús, la mujer era considerada como un territorio intermedio. ¿Qué significa esto? Ella estaba por debajo del hombre, porque el hombre era quien debía observar la ley; y la mujer estaba por encima de los niños, que no tenían la capacidad de cumplir la ley. La mujer era, más o menos, un territorio intermedio. Ahora, Jesús agrega a estas mujeres al servicio del Reino. Lo que me conmueve aquí es el nivel de gratitud y gratuidad que estas mujeres tienen por Jesús. Algunas de ellas recibieron curaciones de Él.
El texto dice: otras recibieron liberación, como Magdalena, de siete demonios; ahora, ellas están al servicio para que otras personas también experimenten la misma gracia que ellas experimentaron. ¡Vean el corazón de estas mujeres! ¡Vean el espíritu de discipulado de estas mujeres! Otras de ellas, dice también el texto, ponen sus bienes a disposición de Jesús y de los discípulos, para sustentarlos en el ministerio. Vean qué cosa tan hermosa, qué conciencia eclesial tienen estas mujeres.
Conciencia eclesial
A través de este texto, no vi, en ningún momento, a estas mujeres organizándose con pancartas detrás de Jesús, gritando “¡yo quiero ser sacerdote!”, “¡ordénenme!”, “¡yo también quiero!”. No vi eso. Al contrario, veo mujeres muy seguras de sí mismas, mujeres muy conscientes de su lugar en la Iglesia, en el Ministerio, mujeres muy comprometidas con la causa de la difusión del Evangelio. No están preocupadas por categorías de Ministerios, están preocupadas por Jesucristo, con el anuncio del Evangelio. Y miren que, entre ellas, hay personas muy importantes de la alta sociedad. Jesús llama a todos a su seguimiento.
No importa el Ministerio que alguien ejerza, importa ponerse al servicio de Cristo, importa vivir su bautismo, sea como sacerdote, sea como religiosa, sea como laica comprometida, importa vivir su bautismo, vivir el Ministerio de Jesucristo, profeta, sacerdote y rey.
Vale la pena, hoy, agradecer inmensamente a tantas y tantas mujeres que tanto bien realizan en la obra evangelizadora de nuestras iglesias, de nuestras comunidades. Ustedes tienen que decir: “¡Dios sea alabado por la presencia femenina en nuestra Iglesia!”. Sigan así, mujeres, ustedes son un don de Dios, un don para la evangelización.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!