En aquel tiempo, dijo Jesús: “Si alguno de vosotros tiene un siervo que labra la tierra o cuida el ganado, ¿acaso le dirá cuando vuelve del campo: ‘Ven enseguida a sentarte a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena, cíñete y sírveme mientras como y bebo; después de eso, tú podrás comer y beber’? ¿Acaso agradecerá al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os mandó, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer'” (Lucas 17,7-10).
Recompensa celeste
“Siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer.” Jesús puede parecer un desagradecido para aquellos que sirven a su reino. Pero no es eso lo que extraemos de su expresión. Jesús vivía en una sociedad de clases, dividida social y religiosamente. También estaba acostumbrado al régimen de la esclavitud, cuyos siervos tenían una conciencia muy clara de todo lo que hacían, que estaba dentro de lo esperado de ellos. Nunca esperaban un agradecimiento de sus señores. El siervo era consciente de lo que tenía o no que hacer.
De hecho, pronunciar “soy siervo inútil” es de una enorme grandeza de espíritu.
Me acuerdo del Papa Benedicto XVI, cuando comenzó su pontificado. En abril de 2005, decía, allí desde el balcón de la Basílica Vaticana: “Dios sabe trabajar con instrumentos insuficientes”. Algo muy parecido a lo que dijo Jesús en el Evangelio de hoy.
En este mundo de hoy, tan fijado en las apariencias, donde lo que cuenta son los grados de importancia, reconocimientos, premios, Jesús advierte sobre el cuidado de no acostumbrarnos a tocar la trompeta por todas las acciones que hagamos, corriendo el riesgo de perder nuestra recompensa en el cielo.
Humildad y servicio
Agradecer a Dios es un deber de todos nosotros, pero nos olvidamos de Él fácilmente. Agradecer a Dios por todo lo que Él hace por nosotros.
Difícilmente alguien haría una Cuaresma solo para la alabanza y la acción de gracias, bendiciendo a Dios por Sus maravillas. Nosotros somos, muchas veces, tentados a tratar a Dios como un siervo de nuestras pretensiones y de las infinitas necesidades.
El Evangelio de hoy también nos señala esta necesidad de un corazón agradecido, que sabe decir a Dios un gracias, te bendigo, te glorifico por todo aquello que hace en nuestro favor.
Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!



